lunes, 26 de marzo de 2018

Tras La Huella de Los Próceres Calaboceños: Los Parpacén


Tras La Huella de Los Próceres Calaboceños: Los Parpacén

       Autor Ing. Luis Eduardo Viso


                A mediados del siglo XVIII, se hacen presentes en la Villa de Todos Los Santos de Calabozo Don Francisco de Los Santos Parpacén, Apolinaría González su mujer y tres de sus hijos: Águeda Dorothea, Bárbara y Domingo Antonio Parpacén González; descendientes de este último en su matrimonio con doña  Josepha de La Luz Lerma, debieron ser los hermanos Parpacén, nacidos en Calabozo, quienes tuvieron destacada participación en la guerra de independencia.

1.-  Agueda Dorothea Parpacén González, fallecida antes de 1819, casada el 20 de octubre 1778, en Calabozo, con Joseph Antonio del Villar y Pérez de Ávila, sin sucesión conocida.

2.- Bárbara Parpacén González,  casada con Feliciano López, Prócer de la Independencia, fallecido en 1813, en La Batalla de Mosquiteros, con sucesión López y Parpacén: Juan Antonio López Parpacén, nacido el 12 de junio 1798 en Calabozo  y Bernarda Marcela López  Parpacén, nacida el 3 de noviembre 1799 en Calabozo.

3.- Domingo Antonio Parpacén González, casado el 5 de noviembre 1780, en la Iglesia Parroquial de Todos los Santos de Calabozo con Josepha de La Luz Letra, con sucesión Parpacén Letra:

3.1.- Gil Antonio Parpacén Letra, nacido en Calabozo, poeta, estudiante de derecho, Prócer de La Independencia. Siempre comprometido desde 1810, junto con sus hermanos menores en la causa emancipadora.  El año 1813, se alistó con fines perversos en la milicia realista que llevaba nombre de “Voluntarios de Fernando VII”, Comandada por el Vizcaíno Don Pedro Asterola,  al renunciar éste al mando, lo  sucede en la Comandancia General, el capitán José Tomas Rodríguez Boves, quien hace un llamado a los milicianos, a presentarse armados en la plaza, para juramentarse en el ejercito del Rey, Parpacén, acompañado del maestro Juan Bautista Riberol, de Vicente Negrete y de otros tantos  jóvenes Calaboceños, infiltran la milicia, buscando alguna oportunidad para dar cuenta de la vida, del maligno pulpero. Pasada la juramentación, a la voz de una  insurrección en el poblado de Espino, esa misma noche, con el Asturiano a la cabeza partieron armados de carabina y lanza a sofocar a los alzados en armas, durante la marcha no pudieron asesinarlo, pues el cauteloso pulpero no dio oportunidad. Al cerrar la tarde, acamparon frente al poblado de Espino, para asaltar la población al amanecer, por la noche el Joven Parpacén, se dirigió a Espino en busca del Comandante insurrecto que según se decían dejó sus filas, entró en la casa de este, le manifestó la presencia de Boves en el pueblo, dándole a conocer los planes que traen él y sus compañeros de armas de matar a Boves y unirse a los insurrectos que el comandaba. Sorprendido el comandante, le contestó que él y el pueblo estaban por el Rey, acto seguido, se dirigió al campamento a ofrecer arengas y felicitaciones al pérfido pulpero y por supuesto a darle parte de lo que le había manifestado Parpacén; descubierto el plan, Gil Antonio es  atado y enviado a Calabozo, teniendo como destino final el castillo de Puerto Cabello, en cuyo mazmorras exhaló la noble alma de este mártir de la patria su último aliento. Haciendo presos en Espino a los que se decían ser autores de la Revolución de aquel pueblo.

3.2.- Capitán. Diego Parpacén Letra, nacido en Calabozo en 1793, Prócer de La Independencia, con apenas 19 años, el 13 de abril de 1812, se une a las filas patriotas, con el grado de Sargento segundo, participó en la batalla de Santa Catalina en 1813, bajo las órdenes del Capitán Carlos Padrón, poco más tarde con su hermano Nicolás, participa en la Batalla de Mosquiteros, el 8 de diciembre de 1813, más tarde son derrotados al prestar apoyo al  Coronel de Ingenieros Pedro Aldao, en la Batalla de San Marcos; los Guariqueños, escapan a San Juan de Los Morros, se reencuentran con el Coronel Vicente Campo Elías y son derrotados en la Batalla de La Puerta [3 de febrero de 1814]. Aún integrado a la caballería de Campo Elías, entran en auxilio de José Félix Ribas en La Victoria y derrotan al Brigadier Francisco Tomás Morales. En febrero de 1814, participa en la contienda más reñida de toda la guerra, “El Sitio de  San Mateo”, que con el apoyo de las tropas de Oriente, hacen huir a Boves vencido. El 15 de Junio de 1814, son batidos por Boves, en la Puerta, Seguramente Diego Parpacén, se unió a las tropas de Oriente, para más tarde en 1816, aparecer unido a las tropas del Centauro, participa en las Batallas de Mucuritas y San Antonio y en 1818, honra a su natal Calabozo, con su destacada participación en la Batalla de Calabozo, que le valió ser ascendido a Teniente de Dragones. El 26 de marzo de 1818, participa en la Batalla de la Cuesta [Batalla de Ortiz], donde Bolívar enfrenta al realista Miguel de La Torre, con decisión imprecisa. Para luego bajo las órdenes de Cedeño, son derrotados en Laguna de Patos. En febrero de 1819, triunfa con el Libertador en Las Mangas Marrereñas y por su honrosa participación en la Batalla de Las Queseras del Medio, recibe “La Orden de Los Libertadores”. Pasa a prestar servicio en Nueva Granada, con el Coronel Juan José Rondón, participa en Pantano de Vargas y en Boyacá. En 1821, este Calaboceño ejemplar, participa en la Batalla que  cubre de gloria a la patria, Carabobo. Más tarde incursiona con el “Escuadrón de Dragones” en el Sitio de Puerto Cabello. Para el año 1826, servía en Valencia, como Teniente del Cuerpo de Dragones de la Segunda Compañía. En 1827, ya Capitán, recibe Licencia Temporal y le adjudican tierras en la Hacienda Carapa, en Los Valles del Tuy. En 1837 acompaña A Páez a San Juan de Payara y derrotan a su antiguo compañero de armas Francisco Farfán. En 1848, toma parte en la revolución contra Los Monagas, es extraditado del país, junto a su hijo Miguel. En 1858, es indultado y regresan a la Patria. En 1864 se le asigna sueldo íntegro. 

El Capitán Diego Parpacén Letra, casó con Josefa Padrón, con sucesión Parpacén Padrón: 

3.2.1.-  Parpacén Padrón,  casada el 3 de marzo 1853, en Calabozo, con Toribio Rodríguez;  

3.2.2.- Jesús María Parpacén Padrón, casado el 1 de septiembre 1866, en Calabozo, con María de Guía del Valle Araña. 

3.2.3.-  Miguel Parpacén Padrón, nació en Calabozo.

3.2.4.-  Josefa Romualda de La Merced Parpacén Padrón, nacida el 7 de febrero 1834 en Caracas, bautizada el 19 de febrero 1834 en la Iglesia San Pablo de Caracas. 


3.3.-  Nicolás Parpacén Letra, nacido en Calabozo, Prócer de La Independencia, fallecido en 1813, en La Batalla de Mosquiteros, muere, junto a la mayoría de jóvenes Calaboceños que integrados en armas, bajo el mando del Coronel Vicente Campo Elías, fueron emboscados por Boves, en un platanal a orillas del caño Mosquiteros.

3.4.-  Dionisio Parpacén Letra, nacido en Calabozo
.
3.5.- Isabel Antonia de La Candelaria Parpacén Letra, nacida el 30 de junio de 1800, en Calabozo.

3.6.- Antonio Francisco de La Merced Parpacén Letra, nacido el  20 de diciembre de 1803, en Calabozo.




Fuentes Bibliográficas y Documentales

Bibliográficas:

1.- Llamozas, Presbítero Joseph Julián, Acontecimientos Políticos de Calabozo. Primeras armas de Boves. Combates de Santa Catalina, Mosquiteros y San Marcos.
2.- Febres Guevara, José A., Los Héroes de Las Queseras del Medio, dirección de Artes Gráficas del M.D., Caracas 1988
3.- Páez Herrera, General José Antonio, Autobiografía, Talleres de Cromotip, Caracas 1990, ISBN 980-259-271-4

 Documentales:

1.- Archivo Parroquial de La Iglesia de Todos Los Santos de Calabozo, Estado Guárico, Venezuela.


sábado, 13 de enero de 2018

Batalla de Calabozo, “Memorias del General José Antonio Páez, Capitulo X, [Transcripcion]

CAPÍTULO X

Marcha sobre Calabozo. —Me apodero del ganado que el enemigo tenía en la orilla de esta ciudad.—Morillo sale con su Estado Mayor á cerciorarse de la proximidad de nuestro ejército.—Carga que le dimos y peligro que corrió el general expedicionario.—Derrota de 300 húsares europeos.—Plan de Bolívar.—Mi opinión sobre dicho plan.—Respuesta á los cargos de insubordinación que me ha hecho Restrepo.—El plan de campaña que propuse al libertador.—Voy á tomarla plaza de San Fernando.—Encuentros en el caño de Biruaca, en el Negro y en la Enea.—Reunión de las fuerzas del coronel López con las del general Latorre. —Bolívar se reúne de nuevo conmigo. —Persecución de Latorre. —Combate en Ortiz. —Muerte de Jenaro Vázquez.—Mi marcha contra López.—El libertador se salva milagrosamente en e! Rincón de los Toros. —Movimiento de Latorre. —Acción de Cojedes. —Marcho á San Fernando. —Vuelta á Achaguas. —Las tropas de San Fernando me nombran general en Jefe. —Defensa del ejército de Apure.

(1818 *.)

                El hecho que acabo de referir, ocurrido en la boca del Coplé, á menos de una milla de San Fernando, prueba que no hay peligro, por grande que sea, que á los hombres desapercibidos no les parezca incomparablemente mayor. Pasó, pues, el ejército con la mayor rapidez, y Bolívar, sin perder tiempo, se puso en marcha sobre Calabozo, no por el camino real, sino por otra vía extraviada, á fin de evitar el ser visto por alguna patrulla enemiga que fuera á dar aviso de su marcha á Morillo. Antes de su aproximación, dejó al coronel Miguel Guerrero con un escuadrón al frente de San Fernando, para que impidiese á los de la plaza salir á buscar víveres y con objeto también de tener expeditas nuestras comunicaciones, y conservar nuestra línea de operaciones con Apure y Guayana. Logramos hacer la marcha sin ser descubiertos, y atravesamos el Guárico por el hato de Altagracia; cruzamos el río Orituco por el paso de los Tres Moriches, y pasamos la noche en su ribera derecha, á tres leguas de Calabozo. A las cuatro se movió el campo, y yo me adelanté con una partida de caballería y el ánimo de ir á apoderarme del ganado que tenía la guarnición, para racionar sus tropas, en un corral, á la orilla de la ciudad. Lógrese la operación al ser de día, y retirando el ganado á nuestra espalda, me quedé á orillas de la ciudad, en la sabana limpia, que demora al Suroeste.


                Cuando se le participó á Morillo que la partida de caballería que se había llevado el ganado permanecía á orillas de la ciudad, lo que hacía creer que un ejército enemigo venía hacia ella, saltó de la cama, exclamando:"¿Qué ejército puede venir aquí? Sólo que lo haya hecho por el aire."

                Para cerciorarse mejor, montó á caballo y salió hasta los arrabales de la ciudad con su Estado Mayor y 200 infantes, que dejó emboscados á su espalda. Al ver el equipo de jinetes que le acompañaban, juzgué sin tardanza que debía ser Morillo con su Estado Mayor; con mis compañeros fui poco á poco acercándomele hasta que volvieran caras para retornar á la ciudad, y entonces cargarles á todo escape á fin de lancearlos antes de que entraran en la plaza. El nos esperó hasta que no creyó prudente dejarnos acercar más, y al volver riendas, los cargamos nosotros con tal tesón y tan de cerca, que ya el bizarro Aramendi iba á atravesarle con su lanza, cuando un capitán de Estado Mayor, de nombre Carlos, se interpuso entre los dos y murió del golpe recibido por salvar la vida á su jefe.

                Entretanto, nos hizo fuego la emboscada que había quedado á nuestra espalda, y á semejante precaución debió Morillo su salvación y la de su Estado Mayor, pues á no haberlo hecho, ni un solo hombre hubiera escapado en la carga que les dimos hasta las bocacalles de la ciudad. Tuvimos, al fin, que volver á la sabana, rompiendo la emboscada que nos había quedado á la espalda.


                Lamentábamos que se nos hubiese escapado tan importante presa, cuando el capitán (después general) Francisco Guerrero, dijo: "Allí viene una columna de infantería y caballería, y no es de nuestro ejército, pues trae otra dirección." Salimos á reconocerlos y encontramos que era un cuerpo de 300 infantes y 300 húsares, todos europeos, que estaban apostados en la Misión de Abajo para marchar al Apure, adonde pensaba dirigirse Morillo cuando se le incorporara la caballería. Cargámosles y fuimos rechazados; los húsares nos persiguieron, y cuando los vimos separados de la infantería, volvimos cara y los pusimos en completa derrota, no habiendo podido entrar en la plaza sino unos 60. El Libertador, que venía ya cerca con el ejército, oyó el fuego y mandó que la Guardia de Apure á todo galope acudiera á reforzarnos, y después envió, además, la compañía de cazadores del batallón Barcelona al mando del capitán José María Arguíndiguez. Con este auxilio continuamos más vigorosamente el ataque contra el enemigo, que había sido reforzado por los 200 hombres que sacó Morillo cuando salió á las orillas de la ciudad. Seis ú ocho cargas dio la Guardia sin poder romper el cuadro de la infantería realista, hasta que, echando pie á tierra, y con lanza en mano, avanzó con los cazadores, y destruyó toda aquella fuerza, que se defendía con sin igual denuedo (1).

                Nuestro ejército [constante de 2.000 infantes y más de 2.000 caballos, con cuatro piezas de artillería, llegó y formó frente á la ciudad en la llanura limpia.

 (1) Los soldados españoles se batieron con tal desesperación, que nuestros llaneros, comentando por la noche los sucesos del día, decían (me permitiré repetirlo en sus mismas palabras) que "cuando quedaban cuatro, se defendían c... con c..." Es decir, que hasta sólo cuatro formaban cuadro. Certísimo; no se rendían y era menester matarlos.

                El batallón realista Castilla, que estaba en la Misión de Arriba, logró entrar en la plaza sin más pérdida que sus equipajes y algunos prisioneros.

                Morillo, no teniendo víveres ni para ocho días, se creía ya perdido, y, en efecto, hubiéramos podido acabar con él si Bolívar hubiese abandonado la idea de dejarle en los llanos para ir á apoderarse de Caracas. Tan gran importancia daba á la ocupación de la capital, que no le detuvo la idea de dejar al jefe español en un territorio donde muy en breve reuniría sus fuerzas y marcharía después en busca nuestra.

                Emprendimos, pues, la marcha y el ejército recruzó el Guárico por el paso de San Marcos, y de allí siguió al pueblo del Rastro, dejando frente á Calabozo al comandante Guillermo Iribarren con su escuadrón para observar los movimientos del enemigo.

                En el pueblo del Rastro, á tres leguas de Calabozo, camino de Caracas, me llamó Bolívar á una conferencia fuera de la casa, con objeto de saber mi opinión sobre su plan de dejar á Morillo en Calabozo para ir sobre la capital. Díjome que su objeto era apoderarse de ella, no sólo por la fuerza moral que daría á la causa semejante adquisición, sino por la seguridad que tenía de reunir 4.000 paisanos en los valles de Aragua y Caracas con que reforzaría al ejército. Yo le manifesté que, siempre dispuesto á obedecer sus órdenes, no estaba, sin embargo, de acuerdo con su opinión, porque ninguno de sus argumentos me p arecía bastante fuerte para exponernos al riesgo de dejar por retaguardia á Morillo, quien muy pronto podría reunir las fuerzas que tenía repartidas en varios puntos, poco distantes de Calabozo, las cuales, en su totalidad, eran más numerosas que las nuestras; que nuestra superioridad sobre el enemigo consistía en la caballería; pero que ésta quedaba anulada desde el momento que entrásemos en terrenos quebrados y cubiertos de bosques, á la vez que por ser pedregosos veríamos en ellos inutilizados nuestros caballos.

                Manifestéle, además, que no era prudente dejar en Apure la plaza fortificada de San Fernando, y que aunque lograse el reclutamiento de toda la gente que él esperaba reunir, no tendríamos elementos para equiparla. La conferencia fué tan larga y acalorada, que llamó la atención á los que observaban de lejos, quienes tal vez se figuraron que estábamos empeñados en una reñida disputa.

                Al amanecer del día siguiente, sin que Bolívar hubiese resuelto nada definitivamente, vino un parte de Iribarren, que según va dicho, había quedado en observación del enemigo, cerca de Calabozo, en el cual participaba que Morillo á media noche había evacuado la ciudad, y que hasta aquella hora no sabía la dirección que había tomado. Inmediatamente ordenó Bolívar que el ejército contramarchase á Calabozo, y aunque los prácticos de aquellos lugares le dijeron que continuando la marcha hacia Caracas podríamos repasar el río Guárico por el vado de las Palomas, y salir al enemigo inopinadamente por delante, él insistió en su resolución diciendo que al enemigo era siempre conveniente perseguirle por la huella que dejaba en su marcha, y que era, por lo tanto, indispensable ir á Calabozo para informarse con exactitud de la vía que había tomado.

                Llamamos aquí vivamente la atención del lector, para que compare esta relación con la que Larrazábal copia de Restrepo, y no podrá menos de sorprenderse al ver cómo se desfiguran los hechos cuando los refieren quienes han tenido noticias de ellos, por conductos malintencionados, ó cuando relatan lo que no vieron.

                Marchamos, pues, á Calabozo, ya ocupado por Iribarren; allí, un tal Pernalete, me dijo que alguien había manifestado á Bolívar que yo había adelantado mis fuerzas con el objeto de saquear la ciudad. Lleno de indignación, me presenté inmediatamente á Bolívar, que estaba en la plaza, y le dije que si se le había dicho semejante cosa, estaba resuelto á castigar con la espada que ceñía, en defensa de la patria, al que hubiese tenido la vileza de inventar la pérfida calumnia. Bolívar, irritado sobre manera al ver tal falsedad, me contestó: «Falta á la verdad quien tal haya dicho; déme usted el nombre de ese infame y mordaz calumniador, para hacerle fusilar inmediatamente.».

                Díme por satisfecho con estas palabras; mas no quise exponer á Pernalete á sufrir las consecuencias de la cólera de Bolívar.

                Es muy probable que algunos de los que presenciaron aquella escena la tradujeran como una falta de respeto al jefe supremo, y seguramente por tal motivo comenzó á rugirse que nuestros ánimos estaban mutuamente mal dispuestos, y que tal iba á ser la causa de que suspendiéramos la persecución de Morillo.

                Se equivocaron los que tal cosa creyeron, pues luego de almorzar juntos aquel mismo día, salimos en persecución de Morillo á eso de las doce. A pesar del tiempo perdido en Calabozo, le habríamos alcanzado con todo el ejército, si por una equivocación, nuestra infantería no hubiese tomado el camino del Calvario en vez del de El Sombrero; de suerte que cuando se le avisó que iba mal, tuvo que desandar más de una legua para tomar el camino que debía. En nuestra marcha íbamos cogiendo prisioneros á los rezagados, y cuando salí al lugar de la Uriosa, llano espacioso y limpio, y llevando conmigo sólo 15 hombres de caballería, entre ellos los valientes jefes general Manuel Cedeño y coronel Rafael Ortega, alcancé la misma retaguardia del enemigo, haciendo prisioneros á los que encontré bebiendo agua en nn jagüey, y sucesivamente á todos los que iban llegando á este punto. Hice por todo 400 prisioneros á la vista del jefe enemigo.

                Eran las cinco de la tarde: á las seis, cuando el sol se ponía, como se me hubiesen incorporado unos 150 hombres de la caballería, di una carga al enemigo, que permanecía separado de nosotros, por la quebrada de la Uriosa con objeto de batir á 60 húsares, avanzados como á tiro de fusil del ejército, que era la única caballería que tenía.

                Los húsares, aunque buenos soldados de á caballo, no resistieron nuestra carga, y cuando en su fuga llegaron al punto donde estaba la infantería, ésta rompió el fuego contra ellos y nosotros, muriendo siete húsares y tres caballos por las balas de sus mismos compañeros. Nosotros fuimos rechazados sin ninguna pérdida.

                Nuestro ejército á las nueve de la noche estaba ya reunido en la Uriosa y á esa hora continuamos la persecución; el día siguiente por la mañana estábamos como á una milla del pueblo del Sombrero donde nos esperaba el enemigo, que había tomado sus medidas de resistencia en el paso del vecino río.

                Allí aguardamos al Libertador para que oyese la declaración de un desertor de los húsares realistas que se nos presentó montado en el caballo del jefe español D. Juan Juez, el cual nos aconsejaba no fuéramos por el paso real del río, porque en la barranca opuesta tenía Morillo emboscados de 700 á 800 hombres entre granaderos y cazadores, y como la subida de la barranca era muy estrecha, sería mejor que tomásemos un sendero inmediato, por donde podíamos pasar el río sin oposición y salir al pueblo por sabana limpia.

                Llegó Bolívar, é impuesto de todo esto, oyó más bien los consejos de su carácter impetuoso que todas las observaciones del húsar. Al incorporársenos la infantería, dijo: «Soldados, el enemigo está allí mismo en el río ¡A romperlo para beber agua! ¡Viva la patria!—¡A paso de trote! > .

                Llegó nuestra infantería hasta la playa del río y en menos de un cuarto de hora de un vivo fuego fué rechazada, con pérdida considerable, sobre todo de oficiales. Afortunadamente teníamos la caballería en el paradero del Samán, y cuando el enemigo la observó, abandonó la persecución y retrocedió á ocupar sus primitivas posiciones en la margen opuesta del río. Esto nos dio la ventaja de tener tiempo suficiente para llamar y reunir nuestros dispersos.

                Por la tarde atravesamos el río en el punto indicado por el húsar, pero sin lograr nuestro objeto, porque Morillo había continuado su retirada aquella misma noche tomando el camino da Barbacoas y entrando en terrenos quebrados, donde no fué posible continuar la persecución, porque todos los caballos estaban sumamente despeados, y entre muertos, enfermos y desertores había hasta 400 bajas en la infantería.

                Del Sombrero regresamos á Calabozo, y en esta ciudad conferenció Bolívar conmigo sobre cuál sería el mejor plan que debíamos adoptar en tales circunstancias.

                Repetíle entonces que creía de la mayor importancia no dar un paso adelante sin dejar asegurada nuestra base de operaciones, que debía ser la plaza de San Fernando, que era necesario arrancarla al enemigo, porque en su poder era una amenaza contra Guayana en el caso de que sufriéramos un revés. Dije también que debíamos además ocupar todos los pueblos situados en los llanos de Calabozo: que tratáramos de atraer á nuestra devoción á sus habitantes, siempre hasta entonces enemigos de los patriotas, aumentando así nuestra caballería con 1.000 ó 2.000 hombres que servían á los realistas y continuarían engrosando sus filas, si no usábamos de un medio para atraerlos á las nuestras. En mi opinión contribuiría mucho á este objeto la toma de San Fernando. Recordé á Bolívar que de aquellos llanos había salido el azote de los patriotas en los años de 1813 y 1814, y, en fin, que me parecía sumamente arriesgado dejarlos á nuestra espalda cuando fuésemos á internarnos en los valles de Aragua, para dar batalla á un enemigo fuerte en número, valiente y bien disciplinado. Advertíle además que la mitad de nuestra caballería no llegaría á dichos valles, por ser quebrados y pedregosos los terrenos que teníamos que atravesar, en donde nuestros caballos quedarían inutilizados. Si la fortuna no nos daba una victoria en los valles de Aragua ó en su tránsito, era más que probable nuestra completa ruina, porque los llaneros de Calabozo acabarían con nosotros antes de llegar al Apure, y el ejército enemigo nos seguiría hasta su plaza fortificada de San Fernando, y embarcando allí con la mayor facilidad mil ó dos mil hombres en cinco ó seis días, iría á Guayama, río abajo, la cual ocuparía sin oposición, porque nosotros no teníamos allí fuerzas ningunas. Ocupada Angostura por los realistas, se nos cerraba el canal del Orinoco, por donde recibíamos elementos de guerra del extranjero.

                Vana era la esperanza de que Miguel Guerrero tomase á San Fernando, pues el enemigo despreciaba tanto á este jefe, que con toda impunidad hacía frecuentes salidas de la plaza para ir á forrajear por la ribera derecha del Apure y en las orillas del caño de Biruaca, volviendo después á la ciudad cargado de víveres sin que el sitiador le pusiese el menor obstáculo.

                Por todas estas razones convino Bolívar en que yo fuese á tomar á San Fernando.

                A mi llegada á la plaza encontré á Guerrero reforzado por 200 hombres llegados de Guayana.

                Antes de estrechar el sitio envié por tres veces un parlamento al jefe de la guarnición, ofreciendo perdón para él y todos los que le acompañaban; pero se negó á recibirlo,  el día 6 de Marzo, á las tres de la mañana, salió de la plaza con toda su guarnición por el camino que conduce á Achaguas, con el objeto de dirigirse á la provincia de Barinas. Se les persiguió con calor, y á las siete de la mañana fueron alcanzados en el caño de Biruaca, donde resistieron con bastante tenacidad al ataque que se les dio. Los bosques del caño le facilitaron la retirada al del Negro, que no estaba muy distante, y allí hubo un segundo combate, en el que mi vanguardia de 200 cazadores, fué rechazada á la bayoneta.

                Un poco más adelante del Negro tuvimos otro encuentro y les hicimos retirar hasta el sitio de la Enea, donde á la orilla de un espeso bosque se hicieron fuertes y resistieron con valor admirable. Obscureció, y ellos y nosotros permanecimos en nuestras respectivas posiciones; la noche hizo callar el estruendo de las armas. Al amanecer del día siguiente volvimos á romper el fuego, y á los pocos minutos se rindieron los realistas. A nuestros gritos de victoria, varios de sus jefes y oficiales emprendieron la fuga; pero como en el Apure los realistas no encontraban amparo, fueron todos aprehendidos, con excepción de cuatro ó seis que pudieron salvarse. Mandaba aquellas tropas del rey el comandante José M. Quero, caraqueño, hombre de un valor á toda prueba, que á pesar de haber recibido en los primeros ataques dos heridas, una de ellas mortal, siguió impertérrito mandando á su gente siempre que fué atacada. Nosotros, por nuestra parte, perdimos siete oficiales de caballería, entra ellos el capitán Echeverría y tres más de este mismo grado. También fué herido el esforzado comandante Hermenegildo Múgica; las demás desgracias fueron 20 muertos y 30 heridos (1).

                La relación sencilla de lo ocurrido basta para desmentir el error de la obra del Sr. Retrepo cuando dice que contra la opinión y voluntad de Bolívar marché á apoderarme de San Fernando. Tal conducta habría sido una deserción de mi parte, y no hubiera yo vuelto á reunirme con él, como lo hice tan luego como me participó desde la ciudad de la Victoria que necesitaba de pronto auxilio, porque se creía en situación muy comprometida. Esta comunicación fué la primera noticia que tuve de su marcha hacia Caracas.

                El coronel D. Rafael López, después de la derrota que sufrió Bolívar en Semen, salió de los Tiznados con cerca de 1.000 hombres de caballería para cortar á los que huían, y en la sabana de San Pablo y sitio llamado Mangas Largas sorprendió al comandante Blanca, que llevaba alguna gente de los derrotados, y pasó á cuchillo á todos los que cayeron en su poder. Por fortuna, ya el Libertador había pasado de aquel sitio y se hallaba en la ciudad de Calabozo, y muchos de los derrotados habían tomado otras direcciones desde el pueblo de Ortiz, á seis leguas de Mangas Largas.

                La Torre vino á la cabeza del ejército vencedor en Semen, y López se unió á él en el paso del caño del Caimán, donde ejecutó su última matanza; de allí marcharon juntos hasta el Banco del Rastro, una legua distante del pueblo de este nombre. El mismo día llegué yo á aquel punto con 2.100 hombres entre infantería y caballería, por el camino de Guardatinajas, é inmediatamente di parte al jefe supremo de mi llegada y de que teniendo al enemigo á unalegua distante de mí, estaba yo resuelto á darle batalla. Llevó el parte un oficial que le encontró en la laguna Chinea, á dos leguas de Calabozo. Contestóme Bolívar que lo esperara en el punto donde entonces me encontraba, y el día siguiente se me unió con unos 300 hombres entre soldados y emigrados de los valles de Aragua.

(1) En la plaza principal encontramos la cabeza del honrado, del valiente, del finísimo caballero comandante Pedro Aldao, puesta por escarnio en una pica de orden de Boves, que la remitió desde Calabozo como trofeo. Al apearla para hacerle honores y darle sepultura cristiana nos encontramos dentro de ella un pajarillo que había hecho en la cavidad su nido y tenía dos hijuelos. El pájaro era amarillo,
color distintivo de los patriotas.

                El día antes de esta reunión, el general Cedeño me pidió 25 hombres de mi Guardia para ir á provocar la caballería enemiga, pero ésta no se movió de su campamento aunque los nuestros se lo acercaron á tiro de fusil.

                El general Latorre, que mandaba todo el ejército, por hallarse herido Morillo (1), al saber mi llegada al Rastro se retiró hacia el pueblo de Ortiz; pero tan pronto como me reuní con Bolívar, emprendimos la marcha sobre él á pasó redoblado. No fué posible darle alcance en la llanura, porque él también redobló la marcha hasta llegar á los terrenos quebrados y á los desfiladeros.

                El general realista, de paso por la sabana de San Pablo, mandó á López que se colocase en los Tiznados para cortar nuestra línea de comunicaciones con Calabozo y el Apure, y él nos esperó en el pueblo de Ortiz ocupando un punto bastante militar en las alturas que dominan el
desfiladero de una cuesta, antes de llegar á la población.

                Allí empeñó Bolívar un combate de seis horas, más que temerario, pues nuestra caballería no podía tomar parte en él por no permitirlo el terreno. Varias veces subía nuestra infantería y tenía que volver á bajar, rechazada, y todo esto á pesar de repetírsele á Bolívar que por nuestra derecha había un punto por donde descabezar aquel cerro. Fué, pues, imposible forzar el paso, y allí tuvimos que lamentar, entre otras, la irreparable pérdida del coronel Jenaro Vázquez, que fué herido de muerte cuando, con un cuerpo de 200 carabineros que mandaba, echó pie á tierra y logró llegar hasta la cima de la cuesta. Cuando fué herido Vázquez, una columna de infantería enemiga bajó por otro lado y llegó hasta el lugar donde estaba formado el resto de nuestra infantería, rechazándola unas 200 varas; pero con el pronto y eficaz auxilio que le di, mandando á Iribarren cargar vigorosamente con una columna de caballería, volvió el enemigo á su altura y pudo Vázquez y su columna incorporársenos y no quedar cortada. Vázquez venía herido y en brazos de sus soldados. Aquella misma noche murió.

                Ya el sol estaba al ponerse, y como teníamos una sed irresistible y no había allí agua para apagarla, dispuso Bolívar que nos retiráramos al punto donde la había, que estaba á nuestra espalda, cosa de seis leguas de distancia.  El enemigo se aprovechó del movimiento y se puso en

(1) En la batalla de Semen lo hirió con lanza el entonces capitán Juan Pablo Farfán.

retirada hasta los valles de Aragua, como á 18 leguas de Ortiz (1).

                Bolívar marchó con el resto del ejército á San José de los Tiznados, con el ánimo de obrar contra el enemigo  por el Occidente de Caracas, cambiando de este modo su línea de operaciones, pues el camino de la Puerta le había sido hasta entonces funesto. Llegamos al pueblo de San José de los Tiznados y allí resolvió irse á Calabozo con parte de las tropas para organizar fuerzas con una columna que vino de Guayana. Yo recibí orden de marchar hacia San Carlos para que se me uniera allí el coronel Rangel, á quien, con un cuerpo de caballería, se le había mandado obrar sobre el Occidente, atravesando la provincia de Barinas, y al mismo tiempo ver si podía yo batir á López, que se encontraba en el Pao de San Juan Bautista. Excusó éste el combate que le ofrecí, y se retiró á las Cañadas, por el camino de Valencia; pero cuando
vio que yo pasé el Pao, se retiró á los Tiznados, por la cordillera, camino de las Cocuizas, con la idea de batir á Bolívar, que sabía venía á reunírseme con 700 hombres de caballería y 400 infantes.

                Estando López en el pueblo de San José, esperando al Libertador, acampó éste con su fuerza en el Rincón de los Toros, á una legua de San José. Al llegar á dicho pueblo supo que López estaba muy cerca y me envió al general Cedeño, con 25 jinetes, para decirme que me detuviera, pues ya él venía marchando á unirse conmigo. En la noche de aquel mismo día, un sargento de los nuestros se pasó al enemigo y reveló el santo y seña de la división, la fuerza de que constaba y el lugar donde descansaba el jefe supremo. Concibió entonces López la idea de sorprender al Libertador, y confió la operación al capitán D. Mariano Renovales, haciéndole acompañar de ocho hombres escogidos por su valor.

                 Entretanto, Bolívar descansaba en su hamaca, colgada de unos árboles á corta distancia del campamento. Como á las cuatro de la mañana, cuando el coronel Santander, jefe de Estado Mayor, iba á comunicar al Libertador que ya todo estaba preparado para la marcha, tropezó con la gente de Renovales, y después de exigir el santo y seña, le preguntó qué patrulla era aquélla. Respondióle Renovales que venía de hacer un reconocimiento sobre el campo enemigo, según órdenes que había recibido del jefe supremo, que iba á darle cuenta del resultado de su comisión; pero que no daba con el lugar donde se hallaba. Santander le dijo que viniera con él, pues él también iba á darle parte de que todo estaba listo para marchar.

(1) La pérdida de Jenaro Vázquez me fué muy dolorosa, pues era uno de los campeones de Apure, con quienes contaba yo siempre que había que acometer todo género de empresas, por arriesgadas que fuesen. La patria, agradecida, no debe olvidar el nombre de este valiente, ya que no hay monumento que recuerde el de los que murieron por ella en los campos de batalla. Catorce años después de su muerte recogí los huesos de tan gallardo compañero de armas y los llevé á Valencia. En memoria suya di su nombre á una laguna que se halla en el patio de mi hato de San Pablo, donde estuvo enterrado primero.
           
                Habiendo llegado á la orilla del grupo de árboles donde Bolívar y su séquito tenían colgadas sus hamacas, le señaló una blanca, que era la de aquél; apenas lo hubo hecho, cuando los realistas descargaron sus armas sobre la indicada hamaca (1).

                Afortunadamente, hacía pocos momentos que éste la había abandonado para ir á montar su muía, y ya tenía el pie en el estribo cuando ésta, espantada por los tiros, echó á correr, dejando á su dueño en tierra.

                Bolívar, sorprendido con descarga tan inmediata, trató de ponerse á salvo, y en la obscuridad de la noche no pudo atinar con el lugar del campamento.

                Este hecho ha sido referido con bastante inexactitud por algunos historiadores de Colombia, y no ha faltado quien lo haya referido de una manera ridícula y poco honrosa para el Libertador. No debe sorprender que él no atinase con el campamento, pues el mejor llanero que se extravía en la obscuridad en aquellos puntos, se halla en el mismo caso que el navegante que, en medio del Océano, pierde su brújula en noche tenebrosa. A mí me ha sucedido creerme desorientado en los llanos durante toda una noche, y, sin embargo, al amanecer he descubierto que había estado muchas veces al pie de una misma mata.

                Grande fué la confusión del campamento cuando vieron que Bolívar no aparecía; todos se figuraban que había muerto si no era prisionero de los enemigos. Al amanecer atacaron los realistas el campo de los nuestros, y hallaron muy poca resistencia, porque aún duraba el pánico que la sorpresa había causado.

                En el ataque murieron algunos bizarros jefes, y cayeron prisioneros otros que después fueron fusilados por orden de Morillo. Como compensación, allí fué muerto Rafael López, el mejor jefe de caballería que llegaron á tener los realistas, tanto por su valor como por su sagacidad. Era natural de Pedraza, provincia de Barinas, y pertenecía á una de sus familias más conocidas. El general Cedeño, aunque dormía á mucha distancia del campamento, oyó el fuego del combate y contramarchó para averiguar lo sucedido. Llegó al campo y no encontró amigos ni enemigos; pero comprendiendo que los patriotas habían sufrido un desastre, se fué á Calabozo en busca de Bolívar.
Los dispersos del Rincón de los Toros encontraron al Libertador y le dieron el caballo de López, que el comandante Rondón había cogido después de muerto su jinete.

                Recibí noticia del desastre; pero como Bolívar no me envió ninguna contraorden, seguí mi marcha sobre San Carlos, donde estaba Latorre con 3.000 hombres.

(1)La historia de lo acontecido me la refino el mismo Bolívar. La descarga mató á algunos de los que acompañaban al Libertador.
                 
               
                Al llegar á la ciudad encontramos una partida de húsares que salía de ella y la arrollamos 'con nuestras lanzas, penetrando hasta la misma plaza donde estaban acuarteladas las tropas en las casas de alto. De allí nos hicieron fuego, y tuvimos que retirarnos fuera de la ciudad.

                El general Latorre salió de la población y tomó posiciones en unos cerritos llamados de San Juan. Yo permanecí cinco días en la llanura frente á él, y sospechando que estaría esperando refuerzos, me pareció prudente retirarme al pueblo de Cojedes para mandar á llamar á Rangel que se encontraba en Cabudare, casi un arrabal de Barquisimeto. Rangel vino, pero con sólo 200 hombres de caballería, diciendo que el resto de la columna se le había desertado. Sin embargo de tener yo muy poca fuerza, resolví volver sobre San Carlos con la resolución de batirme contra cualquier número que se presentase. El mismo día que salí de Cojedes, en el sitio de Camoruco, me encontré inesperadamente con el enemigo que venía en mi busca después de haber sido reforzado con 1.500 hombres, la mayor parte de caballería.

                Tuve que contramarchar por no tener ni campo donde formar mi gente, pues el terreno es en aquellos puntos quebrado y muy poblado de árboles. El enemigo trató de atropellarme en la retirada con uno de sus batallones; pero en una vuelta del camino le cayó encima mi Guardia de honor que yo había dejado allí apostada, y matándoles algunos hombres les hice abandonar el camino, abriéndose á un lado y otro de él. Continué, pues, mi retirada en orden hasta la Sabana de Cojedes, donde resolví esperar á los realistas, formando mis tropas al fín de la sabana, dando espaldas al pueblo que quedaba como á media milla.

                Aunque vi que el enemigo era muy superior en fuerzas, pues tenía cerca de 1.000 hombres, no perdí la esperanza de obtener un triunfo aquel día; tal era mi confianza en el valor y arrojo de mis tropas. Formé mis 300 infantes en batalla en dos filas: coloqué la guardia de caballería al mando de Cornelio Muñoz á la derecha, y á la izquierda Iribarren con su escuadrón. El resto de la caballería, al mando de Rangel, formaba la segunda línea.

                Tanto al general Anzoategui, que mandaba la infante ría, como á los demás jefes y al de mi Estado Mayor, comuniqué mi plan de ataque, que consistía en esperar al enemigo, sin disparar un tiro, hasta que lo tuviésemos muy cerca, y entonces romper nosotros el fuego, cargar á la vez la Guardia y el escuadrón de Iribarren sobre la caballería enemiga, y luego que ésta fuera derrotada, lo cual tenía yo por casi seguro, hacer un movimiento de flanco sin perder la formación que teníamos, y colocarnos al flanco izquierdo del enemigo á tiro de fusil, con la mira de evitar que éste, obligado á hacer un esfuerzo, nos arrollara para ir á ampararse en el bosque y en el pueblo, que nos quedaban á la espalda, cuando se viera sin caballería.

                Excelente les pareció á todos el plan; pero Anzoátegui por tres veces me suplicó que no avanzara yo con la caballería, pues para ejecutar el movimiento se necesitaba de mi presencia.    Confirmé yo entonces el dicho vulgar de que no hay hombre cuerdo á caballo; pues olvidando mi promesa avancé con la Guardia y arrollé casi toda la caballería enemiga, rompiendo además un batallón de infantería que estaba de reserva. Horrible fué el estrago que causaron en el enemigo mis 300 infantes, pues los mismos realistas, en cartas que se interceptaron después en la Nueva Granada hablando de aquel suceso, decían que hubo bala que atravesó tres hombres, y es de creerse, porque venían ellos en columna cerrada, y nosotros rompimos el fuego cuando los teníamos á tiro de pistola.

                En el momento del fuego y la carga, bamboleó aquel cuerpo compacto de hombres como árbol que va inclinándose á caer bajo el hacha del leñador.

                En el impulso de la carrera, me acordé de lo que había prometido á Anzoátegui, pero ya no había remedio: contuve mi caballo y por sobre el enemigo vi que los míos huían dispersos, sin saberse por qué.

                Inmediatamente ordené á mi caballería que abandonase el rico botín que estaba recogiendo, y con los primeros 25 hombres que reuní, volví sobre el enemigo para ver si podía salvar mi infantería. Ya era tarde, pues huían dispersos.

                El enemigo también abandonó el campo, dejando en él sus heridos y el armamento de éstos, y fué á apoyarse al pueblo, que está rodeado de bosques. Quedé yo, pues, dueño del terreno con mi Guardia, cuyos soldados fueron reuniéndoseme poco á poco, pues se habían alejado mucho en persecución del enemigo. 

                Esa noche permanecí en el mismo campo del combate hasta el otro día á las ocho de la mañana. Conté los muertos nuestros, que ascendían á 36, cogí todos los fusiles de los míos y los del enemigo, que estaban desparramados por el campo, repartí 200 entre los soldados de mi Guardia, y formando haces con el resto que dejamos abandonados, emprendí mi retirada por el mismo camino que había tomado mi dispersada gente.

                En la villa de Araure supe que por allí habían pasado todos reunidos; despaché un piquete para que fuera á alcanzarlos, y dio con ellos en el sitio de Guamito. Allí me esperaron, y cuando me reuní con ellos puse en arresto á los jefes y oficiales, con excepción de Anzoategui y los oficiales de infantería. Confié la custodia de los prisioneros á un escuadrón, y continué mi marcha para el Apure con ánimo de hacerlos juzgar allí; pero á ruegos del general Anzoategui, á quien ellos manifestaron lo vergonzoso que les era llegar á Apure en aquella situación, los puse en libertad.

                Durante nuestra marcha me pidió Rangel permiso para ir á ocupar la ciudad de Nutrias que nos quedaba á un lado y á pocas leguas de distancia, y se lo di entregándole doscientos hombres. Ocupó la en efecto, pero el indio Reyes Vargas, que andaba por aquellos contornos, llegó con una columna de cuatrocientos infantes, y después de un reñido encuentro fué derrotado Rangel con muy costosa pérdida, pues entre jefes y oficiales murieron trece, todos valentísimos, siendo uno de ellos el bizarro coronel Cuesta.

                Rangel logró reunir cincuenta hombres de su caballería en el sitio del Caimán, y á media noche volvió sobre el enemigo que había acampado fuera de la ciudad. Hízole gran matanza de gente, pero al fin fué rechazado; y pasando el día siguiente el río Apure, desde el pueblo de Setenta me mandó un parte comunicándome aquel desastre.

Le ordené permaneciese allí, reuniendo los dispersos que habían salido de Nutrias, y que aumentara sus fuerzas de los pueblos de Mantecal y Rincón Hondo.

                Yo llegué á Achaguas, y acompañado de mi Guardia me fui á San Fernando, donde se encontraba el Jefe Supremo.

                A los dos ó tres días de mi arribo á dicho punto, llegó el general Cedeño, que había sido derrotado por Morales en la laguna de Los Patos, con pérdida de toda su infantería. Cedeño, sumamente mortificado con este desastre, lo atribuía á la poca cooperación de los jefes de caballería, y sobre todo al coronel Aramendi. Habiéndose encontrado ambos en la calle cambiaron palabras ofensivas, y Cedeño tiró de la espada para herir á Aramendi, que estaba desarmado.

                Este, á usanza llanera lo derribó en tierra; pero á las voces de Cedeño que mandaba á los suyos que matasen á Aramendi, éste echó á correr perseguido por el coronel Fajardo con veinticinco lanceros á pie y vino á ampararse en mi casa. Informado del caso, le tomé bajo mi protección por aquel momento, y yo mismo le conduje al Principal en clase de arrestado. Informado el Libertador de aquel desagradable acontecimiento, nombró un consejo de guerra para juzgar á Aramendi; mas, cediendo á mis instancias, resolvió llevárselo á Angostura, para donde Bolívar partía aquel día (24 de mayo), á fin de que fuese juzgado allá. Cuando iban á embarcarlo, Aramendi se escapó y estuvo algún tiempo oculto hasta que yo le recogí ofreciéndole mi garantía.

                He referido este hecho para que se vea cuanta importancia se daba en el ejército de Apure á la subordinación, puesto que para mantenerla no se tenían consideraciones ni con oficiales tan beneméritos como era el coronel Aramendi.

                Después de la derrota de Cedeño en la laguna de Los Patos, mandó Morales una columna de sus tropas al Guayabal, pueblo distante tres leguas de San Fernando. Inmediatamente dispuse que la Guardia de caballería pasara el río y fuera á sorprenderlos, lo cual ejecutó en la noche del 28 de Mayo, destrozándolos y apoderándose del pueblo nuevamente.

                Este golpe inesperado hizo que Morales, que se hallaba en Calabozo, se retirara hacia el Sombrero, creyendo que volvíamos sobre él. Yo mandé abandonar el Guayabal para reconcentrar mis fuerzas, organizar el ejército de Apure y recoger y empotrerar caballos, elementos que nos daban superioridad contra el enemigo.

                Muy justa me parece la observación del historiador Restrepo, de que debimos, Cedeño y yo, reconcentrar nuestras fuerzas en Apure, supuesto que la campaña no presentaba ventajas para aquellos restos del ejército. Así hubiera convenido que se hiciese; pero semejante orden debió partir del jefe supremo y no de ninguno de nosotros dos que, por orden suya, estábamos obrando en combinación.

                Cuando conseguí el objeto de que he hablado arriba, destiné partidas de caballería, para que por diversas vías acosasen á los realistas en los llanos de Calabozo, San Carlos y Barinas. Grandes fueron las ventajas que se consiguieron con estas partidas que, á despecho de las crecientes de los ríos y sus derrames por las sabanas, se internaron hasta el centro del territorio enemigo. Algunas de estas partidas, abusando de la libertad que se les había dado de obrar á discreción contra el enemigo, y sobre todo las que recorrían la provincia de Barinas y llanos de San Carlos, cometieron demasías contra los ciudadanos pacíficos, y, por tanto, me vi obligado á mandar que se retirasen al Apure. Algunos que habían sacado buen fruto de las vandálicas correrías, las repitieron sin mi conocimiento, y me vi en el caso de publicar una orden general que amenazaba, con pena de la vida, á los que, sin mi permiso, pasaran al territorio enemigo. En cumplimiento de ella, tuve que fusilar á cuatro: el famoso comandante Villasana, un valentísimo capitán de la Guardia llamado Garrido, un alférez y un sargento. Así logré poner término á las hostilidades contra los pacíficos ciudadanos que moraban en el territorio enemigo.

                En el mes de Agosto del mismo año de 1818, las tropas que guarnecían á San Fernando, por medio de un acta, me nombraron general en jefe, y lograron que los demás cuerpos del ejército que había en otros puntos siguieran su ejemplo. Hallábame entonces en mi cuartel general de Achaguas, bien ajeno de lo que estaba pasando, cuando llegó á mis manos dicha acta, firmada por todos los cuerpos del ejército, excepto la guarnición de Achaguas y mi Guardia de honor. Sorprendióme mucho, y temiendo que fuese el primer paso para algún fin descabellado, sin perder tiempo, me embarqué para San Fernando, de donde había salido la idea, según constaba de las actas. Llegado á este punto, reuní á todos los jefes y oficiales y les pregunté qué había dado origen á una resolución que yo no aprobaba, y para la cual ellos no estaban autorizados. Me contestaron que lo habían hecho, creyéndose con autoridad para ello; pero que si habían cometido error, que yo se los disimulase, en gracia de la buena intención que habían tenido, la cual no había sido la de trastornar el orden ni desconocer la autoridad del Libertador. Con semejantes razones se disculparon también los jefes y oficiales de las otras divisiones, y así no se alteró el orden en lo más mínimo, como era de temerse.

                Impuesto yo de que el coronel inglés Wilson había tomado parte muy activa en la formación del acta, dispuse que saliera para Angostura á presentarse al general Bolívar á fin de que lo destinase á otro punto.

                El Libertador, que desde el 24 de Mayo se embarcó en. San Fernando para Guayana, se encontraba en Angostura, y no volvió á Apure hasta principios del año de 1819.

Si en Apure hubiese habido tal revolución para desconocer su autoridad, ¿cómo Bolívar desde que llegó á Guayana no cesó de mandarme recursos de todo linaje para las tropas que estaban á mi mando? Sólo esta circunstancia es más que suficiente para confundir la falsedad con que se produce Larrazábal en su obra al ocuparse de este hecho.

                No menos injusto, Baralt dirige sus ataques al ejercita de Apure, suponiéndole revuelto contra la autoridad de Bolívar; para probarlo dice que los disidentes apúrenos quisieron detener la marcha del general Santander en Caribén, y que éste pudo llegar felizmente al punto de su
destino, porque sus enemigos llegaron tarde al lugar de la celada.

                Voy á referir el hecho á que alude ei señor Baralt, tal como sucedió, para que cada cual le dé la importancia que merezca.

                Preparado el general Santander para salir á ejercer el destino que Bolívar le había señalado, escribió una carta al coronel Pedro Fortoul, que se hallaba en Guasdualito, comunicándole el empleo que se le había conferido y los recursos que llevaba para organizar un ejército en Casanare. Le invitaba á él y á los demás granadinos que se hallaban en Apure, á venir á reunírsele, y, entre otras cosas, decía la carta: «Es preciso que nos reunamos en Casanare todos los granadinos para libertar nuestra Patria y para abatir el orgullo de esos malandrines follones venezolanos".

                No recuerdo de qué modo llegó esta carta á manos del coronel Miguel Antonio Vázquez, quien la puso en las mías inmediatamente. Alarmáronme mucho las palabras que he citado, y mandé la carta á Bolívar, ordenando al mismo tiempo al entonces capitán Laurencio Silva, que con una partida de caballería fuese á la boca del Meta á detener á Santander, á quien escribí diciéndole que algunas noticias desfavorables que había recibido de Casanare exigían que él se detuviera hasta que se aclarara el asunto. Llegó Silva al lugar donde estaba Santander y le entregó la carta. Santander se detuvo, pero me escribió, diciendo que le dejara pasar, porque si bien los realistas habían hecho incursiones en Casanare, no había sido más que una simple amenaza, pues se habían retirado inmediatamente.
                Escribióme también el Libertador diciéndome que informado del contenido de la carta, me autorizaba para obrar como yo creyese más prudente. Entonces resolví dejar pasar á Santander.
                Por lo dicho se comprenderá que nunca desconocí la autoridad del jefe supremo, puesto que le informaba de cuanto llegaba á mí noticia y esperaba siempre su decisión; y también se verá que el paso que di no fué una celada tendida á Santander, sino una medida de precaución que me vi obligado á adoptar entretanto Bolívar resolviera sobre tan grave asunto.
                Nadie me llevará á mal que insista cuantas veces lo crea necesario en defender al ejército que tuve la honra de mandar, y que me empeñe en probar que á él debió en gran parte Colombia el triunfo de su independencia. Efectivamente, las tropas de Casanare, compuestas de granadinos y venezolanos, venciendo la obstinación de los apúrenos en Palmarito, Mata de la Miel, Mantecal y Yagual, y unidas después á éstos en la acción de Mucuritas, salvaron sin duda alguna la causa de los patriotas. ¿Qué hubiera sido de éstos si el enemigo se hubiese apoderado de los valiosos recursos del Apure para marchar contra las fuerzas que ocupaban algunos puntos de la provincia de Guayana y obraban en otros lugares? ¿Tenían sus jefes suficientes elementos para resistí» á las aguerridas tropas expedicionarias, si ellas hubieran tenido á su devoción á los habitantes de los llanos y hubiesen sido dueños de todos los recursos que ofrecen éstos á un ejército en campaña? ¿Por qué el empeño de Morillo de concentrar toda su atención y por tres veces venir con todas sus fuerzas contra los defensores de Apure?
                Si en 1819 yo no me hubiese esforzado tanto en no comprometer al ejército que mandaba en una batalla campal para no perder la infantería, muy inferior en número y en disciplina á la del enemigo, ¿con qué ejército hubieran contado los patriotas para ir á libertar á la Nueva Granada?

                No hay, pues, exageración a! aseverar que en Apure se estuvo jugando la suerte de Colombia, porque perdida cualquiera de las batallas ya citadas, era en extremo dudoso el triunfo de la causa independiente.

                El señor Restrepo, hablando de los jefes de guerrillas que operaban en los diversos puntos de Venezuela, dice que obraban como los grandes señores de los tiempos feudales, con absoluta independencia, y que lentamente y con fuerte repugnancia, sobre todo el que esto escribe, se sometieron á la autoridad del jefe supremo. Olvida dicho historiador que en la época á que se refiere no existía ningún Gobierno central, y que la necesidad obligaba á los jefes militares á ejercer esa autoridad independiente, como la ejercieron hasta que volvió Bolívar del extranjero y se nos pidió el reconocimiento de su autoridad como jefe supremo.

                Finalmente, para probar que el orden y la subordinación fueron mis principios, ya obrase independiente ó bajo las órdenes de un jefe, copiaré á continuación lo que dijo el Libertador en el Congreso de Angostura y puede verse en el tomo 1, pág. 195 de los Documentos de la
Vida Pública del Libertador:

"El general Páez, que ha salvado las reliquias de laNueva Granada, tiene bajo la protección de las armas de la república las provincias de Barinas y Casanare. Ambas tienen sus gobernadores políticos y civiles, y sus organizaciones cual las circunstancias han permitido; pero el orden, la subordinación y buena disciplina reinan allí por todas partes, y no parece que la guerra agita aquellas bellas provincias. Ellas han reconocido y prestado juramento á la autoridad suprema, y sus magistrados merecen la confianza del Gobierno."

Nota: El Texto anterior, salvo error u omisión del transcriptor, fue tomado textualmente del libro “Memorias del General José Antonio Páez.
 BIBLIOTECA AYACUCHO ~
Bajo la dirección de Don Rufino Blanco-Fombona
JOSÉ ANTONIO PÁEZ
MEMORIAS DEL General José Antonio Páez
Autobiografía
Apreciación de Páez, por José Martí
EDITORIAL – AMERICA, MADRID

domingo, 31 de diciembre de 2017

Batalla de Calabozo, Texto copiado de Vicente Lecuna

Batalla de Calabozo


La Sorpresa

                Las 33 leguas de San Fernando a Calabozo las recorrió el ejército en tres días, siguiendo en las dos últimas jornadas el desusado camino de la izquierda del rio Guárico para no ser sentido por los enemigos. Adelante marchaba la caballería de Páez; después la infantería, la artillería, el parque y los equipajes, y enseguida la caballería de Monagas y la de Sedeño. El 9 la jornada fue hasta la laguna de los zamuros; el 10 el ejército cruza el rio Guárico por  el paso de Altagracia y acampo en el cano de Pavones; al otro día atravesó el rio Orituco, sorprendió y capturó una descubierta de los españoles y fue a dormir a inmediaciones de la laguna de los Tres Moriches.
                El 12 de febrero a las seis de la mañana el Libertador dio al general en Jefe español la sorpresa más extraordinaria, cayendo sobre sus cuarteles descuidados, después de una marcha de 865 kilómetros efectuada en 43 días, y en momentos de estar diseminadas a largas distancia las fuerzas enemigas. La consecuencia debió ser la destrucción total del ejército español, batiéndolo en detal como la campana admirable de 1813, y los sucesos subsiguientes nos permiten creer que así habría sucedido, salvo incidentes imprevisibles, sin las voluntariedades y caprichos del jefe de Apure, expuestos adelante,  voluntariedades y caprichos de consecuencias funestas, primero al estorbar, y luego al interrumpir la acción en los momentos más delicados de la campaña.
                La marcha de Angostura hasta el Apure, cubierta por el Orinoco, y la sorpresa dada a los enemigos en Calabozo es una de las operaciones más bellas de la guerra de Independencia, y ella sola bastaría para ser la gloria de un guerrero (*)
                Pocas veces desde un plano inferior se logran en la guerra sucesos tan extraordinarios y felices, y oportunidades tan esplendidas, de destruir a poca costa a un enemigo superior en número; pero no todos saben aprovecharlas.

(*) En la historia militar la marcha semejante –aparte número de combatientes y extensión del teatro –del gran príncipe Eugenio de Saboya. General de Austria, por la orilla derecha del Pó y la sorpresa dada al ejército Francés el 7 de septiembre de 1706, en Turín, se cita como una de las más gloriosas en su género. 


Batalla de Calabozo

Antes del amanecer del 12 de febrero [de 1818] el ejército emprendió marcha sobre esta villa. El Libertador iba adelante con una avanzada de caballería y luego seguía la caballería de Páez en dos columnas, y a corta distancia la infantería a la derecha y la caballería de Sedeño a la izquierda, é inmediatamente después el parque y los equipajes, y la caballería de Monagas cubriendo la retaguardia.
                Como hemos dicho el general Español[Morillo] se había trasladado sucesivamente a La Victoria, Valencia y San Carlos a tomar medidas administrativas, sin temor a los soldados rebeldes por considerarlos impotentes, a consecuencia del desastre de La Hogaza; y se hallaba en la última de dichas ciudades, cuando un soldado de caballería Venezolano nombrado Telesforo Gutiérrez, escapado del Apure, donde se hallaba prisionero, voló primero a Calabozo y luego a San Carlos, caminando noche y día , a llevar a Morillo la noticia de la presencia del Libertador en Apure. En el acto el general español, partió con sus edecanes por el Pao y San José de Tiznados y casi sin detenerse llego a Calabozo en la noche del 10 de febrero. Del camino dió órdenes a Calzada de pasar de Nutrias a la Guadarrama, cerca de calabozo, movimiento que requería varios días (1); a los destacamentos de el Sombrero y otros pueblos la de dirigirse a Calabozo y al Coronel López de marchar con su columna a Guayabal. Creía tener tiempo de reunir sus destacamentos, incorporar a Calzada y socorrer a San Fernando.
                El día 11 lo empleo en preparativos de marcha. A media noche supo la sorpresa dada por los insurgentes a la descubierta situada en el paso de Orituco, y era tal su engaño que no creyó en la presencia de fuerzas importantes en aquel punto, sino de algunas de las tantas partidas alzadas en los llanos, de manera que cuando le avisaron poco antes de las seis de la mañana del 12 que los insurgentes en gran número avanzaban a la vista de la plaza, pregunto sobresaltado, y todavía incrédulo: ¿y por donde han venido? Sin pérdida de tiempo monto a caballo y corrió a reconocerlos.
                El río Guárico, vadeable en el verano, rodea a Calabozo por el norte, el oeste y el sur; deja por este rumbo amplio espacio de 10 kilómetros, en el cual existe a 5 kilómetros Alsur de la ciudad La Misión de Abajo, ó de La Trinidad, lugar cubierto de verdura, siempre fresco, en aquellas sabanas abrazadas por el sol todo el año, y secas en el verano. En ella  se hallaban el batallón de Castilla, dos compañías de Navarra, y tres escuadrones de Húsares, mientras que en la plaza y al este en La Misión de Arriba, ó de Los Angeles, estaban el batallón N°1 de Navarra, dos compañías del  N° 2 y los dos batallones del regimiento de la Unión.

(1) Guadarrama dista de Nutrias 220 kilómetros, lo que supone seis días de marcha y otros tantos para recibir la orden y preparar las tropas.

 De la caballería del país-los escuadrones de López andaban por El Calvario ó hacia Chaguaramas, y los otros remontábanse en los Tiznados, Guardatinajas, El Pao y El Baúl. En Calabozo solo tenía Morillo 2.100 infantes y 300 jinetes, todos españoles, y tres piezas de artillería con algunos sirvientes, fuera de los cañones apostados en los parapetos de tierra construidos alrededor de la plaza. Por todo 2.450 hombre contra 4.200 insurgentes.
                Desde el amanecer El Libertador, apuro cuando pudo la marcha de las tropas con el objeto de interceptar de la plaza los españoles de La Misión de Abajo. La infantería en el centro en dos columnas, la caballería de Páez a la derecha, la de Sedeño a la izquierda, y la de Monagas a retaguardia avanzaban rápidamente sobre la ciudad. A distancia conveniente Páez recibió orden de precipitarse sobre la plaza con los escuadrones de adelante. Mientras Sedeño con parte de su caballería y la brigada Valdés, corría a interceptar las tropas de  La Misión de Abajo que ya venían a toda carrera sobre Calabozo, y Monagas se lanzaba en su alcance. Páez se apodero en un corral cerca de la plaza del ganado de los enemigos, en momentos en que el general Morillo salía de aquella con su escolta y dos compañías de la Unión. El jefe rebelde lo dejo avanzar a cierta distancia y se fue aproximando con un grupo solamente para no inspirarle temor, y cuando el español prudentemente volvió riendas, lo cargó con tal ímpetu que ya Aramendi iba a atravesarlo de un lanzazo cuando un edecán se interpuso y recibió el golpe mortal por salvar a su general. Páez retrocedió a tomar parte en el combate principal, esquivando a las dos compañías de la Unión emboscadas en el camino.
                De las tropas de La Misión de Abajo dos compañías de Castilla lograron pasar hacia Calabozo, pero las cuatro restantes del mismo batallón, las dos compañías de Navarra y los Húsares quedaron cortados y completamente cercados no quedo más recurso a los infantes que formar cuadro para resistir, después que los húsares envueltos por su derecha fueron cargados y destrozados, y sus restos perseguidos fuera del campo de batalla. El Libertador lanzó de flanco contra los cuadros españoles la Guardia de Páez, mientras este General y Sedeño los acometían de frente y Monagas a retaguardia, pero ni aun asa, sin esperanzas de sostenerse, quisieron rendirse, y todos sucumbieron  quedando la mayor parte muertos ó heridos y pocos prisioneros. De los Húsares se salvaron 40 ó 50 con su coronel Juan Juez y unos 20 con el segundo jefe Diego Aragonés, huyeron al otro lado del Guárico. Los primeros volvieron a la ciudad por un camino de travesía, los segundos siguieron a los Tiznados.
                Los españoles perdieron 600 hombres de los cuales 320 muertos y el resto entre heridos, prisioneros y dispersos, y los patriotas 100 de unos y otros aun cuando en el boletín indicaron un número mucho menor.
                Mientras ocurría este combate parte de la caballería corrió a detener al regimiento de la Unión, situado en La Misión de Arriba, pero este cuerpo formado en columna cerrada, tuvo tiempo de refugiarse en la plaza sin sufrir otra perdida fuera de sus equipajes.
                El ejército libertador se formó en la llanura frente a la ciudad y Morillo se encerró en sus fortificaciones. Le quedaban 1.700 hombres 1.800 infantes aguerridos, en aptitud de defenderse contra fuerzas superiores. Cubrían a la ciudad un parapeto de tierra, cuatro reductos y una casa fuerte. No pudiendo Bolívar forzar aquel campo atrincherado, ni convenirle dar tiempo a los adversarios de reunir sus tropas, resolvió maniobrar  para inducir al enemigo a salir de la plaza  y batirlo en campo raso. Antes de moverse dirigió una comunicación a Morillo proponiéndole la cesación de la guerra a muerte, y ofreciéndole un indulto a él y a los suyos, en términos depresivos é injuriosos: el español no le contesto.

La maniobra del Rastro

El día 13 el ejército cruzo el Guárico cerca de medio dio por el paso de San marcos, y a las tres de la tarde se estableció en El Rastro pueblo situado en medio de inmensas llanuras, a tres leguas al Norte de Calabozo. Era evidente que Morillo, sin pérdida de tiempo intentaría retirarse hacia Caracas, a cubrir su base de operaciones y tratar de reunir algunas de sus columnas  dispersas. Sin caballería y con fuerzas inferiores a los insurgentes no podía dirigirse al oeste en solicitud de Calzada situado a muchas jornadas de Calabozo, ni al este hacia donde encontraría la pequeña columna de López, ni mucho menos al sur, dejando enteramente descubierta la capital. En tan apurada situación solo le era dado retirarse al norte por uno de los dos caminos de los Valles de Aragua y Caracas a saber, el de El Rastro y Ortiz, ocupado por el ejército Libertador  y el inmediato de El sombrero, en el cual los independientes, cruzando el Guárico, podían interceptarlo ó caerle arriba mucho antes de que llegara a la serranía (2)    .En tan admirable situación el ejército Libertador mantenía todas sus ventajas y procuraba una decisión inmediata. El coronel Iribarren, encargado de vigilar a Morillo, con un regimiento de Apure, inundó de partidas los alrededores de la plaza.

Ideas Falsas atribuidas por Páez a Bolívar

En la tarde del 13 y en el día 14 no ocurrió novedad, más a la caída de la noche Páez suscitó al Libertador una larga y acalorada discusión, con motivo de un proyecto que le atribuye en su Autobiografía, pero en realidad por el disgusto de no tener el mando superior, el consecuente estado de ánimo, propenso a la crítica de ideas y planes ajenos y su injustificado desagrado

(2)    Estos dos caminos forman un ángulo agudo, con el vértice en Calabozo.

Porque antes de marchar a Calabozo no se procedió a tomar San Fernando (3) . Solo tenemos de esta discusión los informes dados por el mismo Páez, pero el análisis de sus afirmaciones basta para desvirtuarlas por completo. Según el Bolívar pensaba marchar a Caracas a levantar 4.000 paisanos, desentendiéndose de Morillo, sin pensar que este general podía reunir sus columnas dispersas y car sobre la espalda de los independientes con fuerzas abrumadoras; y a tan peregrino proyecto Páez, naturalmente, opuso esta y otras razones fáciles de encontrar. No es posible arrojar sobre la memoria del guerrero acusación más injusta. En efecto todos los documentos y actos de la vida militar del Libertador prueban que su concepto del objeto de la guerra fue siempre la destrucción de las fuerzas enemigas, y no la ocupación de territorios, dando naturalmente a la posesión de las capitales todo su valor por el efecto moral y sus recursos materiales.  ¿Como se atreve Páez a atribuir al Libertador idea tan extraña? ¿No recordaba su oficio de Angostura del 15 de diciembre en el cual le dice: “He concebido el proyecto de levantar un ejército de siete a ocho mil hombres de todas armas, buscar al enemigo donde quiera que se encuentre, marchar sobre él, destruirlo, y terminar para siempre la guerra que desola a Venezuela”?(4). Este concepto del objeto del objeto de las operaciones de la guerra sirvió de guía al Libertador en sus catorce campañas. El párrafo copiado por nosotros páginas atrás, de la nota dirigida  por Bolívar al Consejo de Gobierno, el 5 de febrero desde Payara, es también concluyente a este respecto. En admirable síntesis expone el programa de la campaña: “Morillo ha concentrado sus tropas en Calabozo. Batidas estas, San Fernando, Barinas y toda la Provincia de Caracas, caerán en nuestras manos, sin otra operación que marchar. Mi dirección es pues a buscarlo, y confió que obtendremos la victoria, si logro la fortuna de encontrarlo” (5) .
                Páez dictó las Campanas de Apure, origen de su Autobiografía, después de muerto el héroe, en plena reacción antibolivariana, rodeados de antiguos partidarios y cortesanos de Boves y Morillo, y para ocultar las funestas voluntariedades y rebeldías que vamos a exponer enseguida, se apoderó de la falsa leyenda realista, explotada por José Domingo Díaz  en sus cartas circulares y en la Gaceta de Caracas, durante la guerra, como arma de combate, basado en la supuesta obsesión del héroe por su ciudad natal , a la cual daban apariencia de verdad el desembarco de Ocumare, motivado por razones militares de primer orden, y la proclama

(3)  En las “Campañas de Apure” dice que la discusión tuvo lugar  en la noche del 14. Boletín de La Academia Nacional de Historia N°21, Pág. 1164.
(4) O’Leary XV, Pág. 499.
(5) O’Leary XV, Pág. 558.

Sobre Caracas que no tuvo la intención de realizar (6). Fechada en el Unare, en enero de 1817, anunciando, para engañar al enemigo una marcha.

La verdad histórica.

                El juicio del Libertador respecto a la situación creada por la sorpresa de Calabozo y el éxito adverso de la campana, lo expresó al Almirante Brión, el 15 de mayo siguiente, en esta síntesis perfecta: “Lo que más a contribuido a prolongar esta campaña ha sido la temeraria resistencia de San Fernando, y el empeño del general Páez en tomar esta plaza, que siempre se habría rendido con el simple bloqueo que se le había puesto desde mi llegada aquí. Algunos otros por sus erradas opiniones no han dejado de contribuir al mal éxito que hemos experimentado. La acción del 12 de febrero nos entregó a Venezuela y al ejército español, mas nosotros no hemos sabido aprovechar la fortuna que de todos modos se nos ha presentado”(7). Concepción clara de la realidad, expresada con la prudencia del caso.
                La discusión según nos dice Páez, tomo tales proporciones: “que  llamo la atención a los observadores de lejos, quienes tal vez se figuraron que estábamos empeñados en una reñida  disputa”. “Al amanecer del día siguiente – continua el general en su narración – sin que Bolívar hubiese resuelto nada definitivamente, vino un parte de Iribarren en el cual participaba que Morillo a media noche había evacuado la ciudad, y que hasta aquella hora no sabía la dirección que había tomado”. Informe bien raro, por cierto, pues aun en el supuesto de enviarlo Iribarren antes de entrar a la plaza, sus informantes debían saber la vía  adoptada por los españoles, imposible de ocultar a los vecinos como veremos adelante al referirnos a la retirada de Morillo, por lo que dudamos de la veracidad de Páez al asentar esta segunda parte del informe del oficial, y nos fundamos en la lógica de los hechos y en lo expuesto por Briceño Méndez, secretario de guerra, quien escribe en su relación histórica: “ Morillo se dirigió hacia El Sombrero y el general Bolívar supo el movimiento al amanecer del día siguiente” (8)

(6) Varios historiadores repiten la leyenda sin averiguar su origen y sin estudiar los casos. Los más antiguos Montenegro y Colón y Baralt, copiaron el manuscrito de Páez, y los otros han copiado a estos autores.
                Recuérdese que apenas liberto Bolívar a Caracas en 1821, la abandonó  por proseguir la campaña, pues aunque amaba su ciudad natal, en la lucha solo guiaban sus pasos los intereses superiores de la guerra.
(7)Lecuna, Cartas del Libertador. II. 8.
(8) Autobiografía de Páez, I, 154. Relación Histórica del general Briceño Méndez, pag. 50, Caracas 1933.

                A consecuencia de las invenciones de Páez, muchos historiadores censuran por estos hechos injustamente a Iribarren, oficial insigne y valeroso, licenciado en derecho, de familia distinguida de Barquisimeto.

Páez trastorna la campaña

En el informe de Iribarren no era necesario expresar la dirección tomada por Morillo. No podía ser sino la de El Sombrero: cualquier otra lo alejaba de su base indispensable de Caracas y Valencia, y lo exponía al peligro de recorrer si caballería inmensas llanuras. Por tanto los patriotas debieron sin pérdida de tiempo cruzar el Guárico vadeable por todas partes en aquella estación  y lanzarse al camino del Sombrero a interceptar a morillo, como lo efectuó el Libertador en dos ocasiones solemnes, con situaciones análogas o casi idénticas a la del Rastro: en Boyacá al cortar el ejército de Barreiro, y en la pampa de Junín al caer de flanco sobre el de Canterac para detenerlo en su marcha retrógrada; pero desgraciadamente la autoridad del Libertador en 1818 no era efectiva sobre los hombres de Apure, y Páez levantando violentamente su división, se fue a toda carrera a Calabozo, sin atender a órdenes, prescindiendo de sus deberes y faltando a la disciplina escandalosamente. ¡Terrible situación la del Jefe Supremo! O realizaba su proyecto con las solas fuerzas de Guayana insuficientes para obtener una victoria completa, dejando consumar la rebelión, ó seguía el movimiento de Páez a reducirlo, ó por lo menos a salvar las apariencias. Sin vacilar tomo este partido.  
                El mismo Páez, sin quererlo, nos confirma su actitud al describir los episodios subsiguientes en Calabozo: “allí, escribe, un tal Pernalete me dijo que alguien había manifestado a Bolívar que yo había adelantado  mis fuerzas  con el objeto de saquear la ciudad. Lleno de indignación me presente inmediatamente a Bolívar, que estaba en la plaza, y le dije que si se le había dicho semejante cosa, estaba resuelto a castigar con la espada que ceñía en defensa de la Patria, al que hubiesen tenido la vileza de inventar la pérfida calumnia. Bolívar irritado sobre manera al ver  tal falsedad me contestó: “falta a la verdad quien tal haya dicho, deme  Vd. El nombre de ese infame calumniador para hacerlo fusilar inmediatamente”(9).
                Ahora bien, Observamos nosotros, si Páez marcho a Calabozo de orden superior, como dice el en sus escritos no había ningún motivo de atribuirle   el propósito de saquear la plaza, ni tampoco para que el diera tanta importancia al chisme de Pernalete, y ambas cosas solo se explican perfectamente, a nuestro entender, por la actitud de Páez en El Rastro, a la vista de muchos, dando lugar al inesperado escándalo de su desobediencia, a toda clase de suposiciones entre las cuales surgió la transmitida por Pernalete. Casi a renglón  seguido de las líneas copiadas, el general se refiere de nuevo al empeño de la gente a ver desacatos ó desacuerdos, donde, según él, no los había y añade: “Es muy probable que algunos de los que presenciaron, aquella escena la tradujeran como una falta de respeto al Jefe Supremo y seguramente por tal motivo empezó a rugirse que nuestros ánimos 

(9) Autobiografía I, 155.

estaban mutuamente mal dispuestos, y que tal iba a ser la causa de que suspendiéramos la persecución de Morillo”(10).Palabras comprometedoras bastantes a sugerir cuanto sabemos por otros conductos , pues sin insubordinación de su parte no habrían ocurrido tan siniestros pronósticos. El empeño destentado de irse a Apure trascendió al ejército, y su actitud dio margen a las suposiciones pesimistas respecto a sus relaciones con el Jefe supremo. Solo la entereza y ductilidad de Bolivar, y sus frases sinceras y oportunas, pudieron contener al indómito caudillo en aquel momento peligroso.
                Por su parte el cura interino de Calabozo en una narración de estos sucesos confirma lo expuesto. Refiriendo su conversación con el Libertador al trasmitirle un recado de Morillo, respecto a la disposición del Jefe Español de suspender la guerra  a muerte, dice lo siguiente: “En este estado, y en el mismo local en que estábamos, tuvo lugar un gran disgusto, parto del general Páez, que movido de un chisme, según se averiguó,  en el acto falto el respeto al Jefe Supremo, marchándose aquel sin orden de Bolívar, con toda la caballería en persecución de los españoles, quedando la infantería en la plaza , donde se disponía a tomar alimento , según lo había dispuesto Bolívar. Este, alojado en una de las principales casas de la plaza, fue informado de la marcha de la caballería y al instante mando con su edecán que marchara la infantería sin haberse aun alimentado”(11) . Según esto el incidente fue una repetición de la escena del Rastro, al amanecer, cuando Páez sin orden del Libertador, se fue a Calabozo con sus jinetes. Mas esta segunda parte de la narración del cura puede no ser del todo exacta, por información incompleta, pues según Briceño Méndez, como exponemos enseguida: “la horrible nube se disipó”, es decir que el Libertador logro reducir ó aplacar al voluntarioso caudillo en el propio Calabozo, antes de emprender la persecución; pero sea esto como lo dice el cura o como lo expresa Briceño Méndez,  la actitud de Páez no fue en Calabozo, la de un subalterno en la guerra(11). En la autobiografía nos dice que después de almorzar juntos, él y el Libertador, salieron a eso de las doce del día en persecución de Morillo.

Falso principio llanero

Tales fueron los hechos según los datos conocidos, concordantes con los planes y conceptos del Libertador y aun con las mismas afirmaciones de Páez, interpretadas por nosotros. Veamos ahora como invirtiendo los sucesos el insubordinado caudillo pretende cohonestar sus actos censurables, engañando a la posteridad, como sabia engañar a sus contemporáneos. Así tergiversa la verdad con la 

(10) Autobiografía I, 155.
(11) Blanco y Azpurua VI, 341.

mayor frescura. Según él al llegar al Rastro el aviso de Iribarren, el Libertador ordeno contramarchar a Calabozo, y “aunque los prácticos de aquellos lugares le dijeron que continuando la marcha hacia Caracas, podríamos repasar el rio Guárico por  el vado de Las Palomas, y salir al enemigo inopinadamente por delante,  él insistió  en su resolución diciendo que el enemigo era siempre conveniente perseguirlo por la huella que dejaba en su marcha, y que era por lo tanto indispensable ir a Calabozo para Informarse con exactitud de la vía que había tomado”(12). Falsedad completa, a todas luces: primero, porque el enemigo enunciado así es falso y por tanto impropio de Bolívar; y segundo porque las razones expuestas prueban superabundantemente la inutilidad de marchar a Calabozo a averiguar una cosa sabida de todo el mundo por inducción segura.
 
Observaciones

A mayor abundamiento, si analizamos en conjunto las afirmaciones de Páez, encontramos otras contradicciones y actos inexplicables, pues si el Libertador creía necesario perseguir al enemigo por la huella, ¿para qué se fue tan lejos de Calabozo?. En esa idea a podido dejar el ejército al frente de la plaza y mandar por partidas a forrajear los caballos, y si avanzo al Rastro con ánimo de seguir a Caracas, desentendiéndose de Morillo, ¿Por qué  se detuvo allí la tarde del 13 y todo el día 14 en vez de continuar su marcha fulminante sobre la capital?. Y sobre todo ¿Por qué al tener conocimiento de la evacuación de la plaza, olvida su obsesión respecto a Caracas y contramarcha a Calabozo?. ¡Pues una de dos, ó Morillo se retiraba por el camino del Sombrero hacia Caracas, o se había ido llano abajo; y en ambos casos, Bolívar debía seguir hacia el norte, bien a caer sobre Morillo, según sus propias ideas, ó bien a ocupar la capital, según las ideas que le atribuye Páez, y sin embargo no hace ni una ni otra cosa! Estas contradicciones y contrasentidos aparecen al asignar al acuartelamiento en El Rastro su verdadero objeto, único, propio y racional: el de provocar la salida de Morillo a campo raso para caerle encima en plena llanura; y nos convencen de la falsedad de Páez en estos asuntos, como lo hemos probado en muchos casos, y lo probaremos en tantos otros de estas campañas de 1818 y 1819.
                Bolívar conocía a fondo la situación militar y la juzgaba con perfecto acierto. El 13 de Febrero exponía el aislamiento é impotencia de Morillo en estas precisas palabras: “Las únicas fuerzas que pudieran venir en socorro de la plaza, se hallan en Nutrias y están en absoluta comunicación con ella”. Luego el sabía perfectamente que Morillo a la sazón sin caballería, no

(12) Relación Histórica del General Pedro Briceño Méndez, Caracas, 1933, Blanco y Azpurua VI, Pág. 51. (13) Autobiografía I, 155. Campanas de Apure. Boletín de la Academia Nacional de La Historia N°21, Pág. 1165.      En el Boletín del día 17 de febrero no se hace mención de la marcha a Calabozo. O’Leary; XV, 580. 

Podría tomar otro camino sino el de las montañas, es decir el de Caracas, por no existir en los llanos inmediatos tropa alguna en aptitud de reforzarlo (14).
                El consejo atribuido por Páez a Bolívar: “al enemigo es siempre conveniente perseguirlo por la huella de sus pasos” es falso porque no es en general.  Aunque corrientemente se persigue a los vencidos cargándolos a fondo, con la espada en los riñones, como decía Bonaparte, hasta aniquilarlos, también puede convenir  perseguir al enemigo marchando paralelamente a él para cortarlo ó anticipársele en una posición importante. La historia presenta muchos casos de esta clase.
                Dicho principio es más propio de un beduino que del guerrero consciente de todos los recursos del arte. En su primera campaña en la nueva Granada Bolívar persiguió a los enemigos anticipándosele en Chiriguaná donde los hizo prisioneros: lo mismo en la persecución de Araure hasta cortarlos a las once de la noche en la Aparición de la Corteza. Enseguida de San Mateo persiguió a Boves, después de la Batalla de Bocachica, lanzándose sobre el flanco derecho del español y lo destruyo en tres combates sucesivos. Concibió la maniobra de Barinas para aislar a Tizcar y caerle por donde no era esperado, y en la expedición de Los Cayos  efectuó un gran rodeo hacia el Este con el objeto de evadir la marina española desprevenida cerca de Margarita. Muchas de sus operaciones están basadas en el principio de sorprender a los enemigos presentándose donde no era esperado como por ejemplo en el desembarco en Ocumare dejando burlados a los españoles en Oriente; en la maniobra de Clarines calculada para inducir al Brigadier Real a retroceder a Caracas con su ejército y poder salvar el parque de Barcelona(15). El claro concepto respecto a la manera de conquistar Guayana, batiendo la escuadrilla de los españoles primero, como único medio de rendir las dos plazas fuertes; la vuelta por el Orinoco y el Apure a sorprender a Morillo, y tantas otras de sus posteriores campañas, fecundas en combinaciones ingeniosas, calculadas para sorprender al enemigo, como lo pensaba estacionándose en El Rastro. En la Campaña de 1819 en Apure, veremos el proyecto de perseguir a Morillo, marchando paralelamente a él en caso de realizarse la diversión de Urdaneta, dispuesta sobre Caracas.

La verdad en la versión de Briceño Méndez

                Todas estas observaciones nuestras concuerdan con la relación autentica de los episodios del Rastro y Calabozo, del Secretario de Guerra de Bolívar, escrita en 1833, bajo la Presidencia de Páez, aun con los miramientos del caso respecto al Primer Magistrado de la Republica, pues esta relación destinabase al proyecto del gobierno de ordenar la redacción de una historia  de la Independencia. “El general Bolívar –dice Briceño Méndez, supo el movimiento al amanecer del día siguiente, é intento una marcha recta y breve para interponerse en El Sombrero y El Ejército español, pero algunos de sus generales se opusieron a esta operación, y aun rehusaron abiertamente  ejecutarla, pretendiendo que  debía ocuparse antes la plaza evacuada. Fue preciso condescender, y perder medio día en este movimiento  falso é insignificante, que trajo muy desagradables consecuencias. El General Bolívar, probó   en esta ocasión cuanto puede el amor, y solo este sublime sentimiento pudo inspirarle tanta prudencia como la que empleo para reducir a su deber a uno de sus generales, que halagado por algunos sediciosos intentó desconocer la autoridad del Jefe Supremo, é introducir la anarquía. Felizmente esta horrible nube se disipó, pero mientras se conseguía este efecto el enemigo ganaba terreno en su fuga  y evitaba la ruina absoluta que habría sido inevitable si los patriotas lo hubieran alcanzado en la llanura descubierta de Calabozo”(16). Ante este testimonio de actor principal, ajustado a la lógica de los hechos, é irrecusable, desaparecerán por completo las dudas de algunos adeptos, respecto a las versiones incongruentes de Páez.

Otra Conseja del Jefe Apureño

                Pero todavía debemos resaltar otras inexactitudes de Páez. En las “Campanas de Apure” atribuye la demora en Calabozo al tiempo empleado en averiguar si Morillo se retiraba por la vía del Sombrero. De esta manera pretende Páez  explicar el tiempo perdido en Calabozo con sus voluntariedades y conato de desconocimiento de la autoridad del Jefe de Estado, como si se necesitasen muchas horas para averiguar el camino tomado por Morillo, sabido por todos los vecinos desde el momento mismo de emprender la marcha, los españoles en la madrugada. En la autobiografía no se atrevió a repetir la peregrina conseja.
                No existe ninguna otra fuente fuera de las citadas sobre estos acontecimientos. Según el Diario de Operaciones del estado Mayor “al saber S.E. la noticia de la salida de Morillo ordeno la marcha a Calabozo de todo el ejército a fin de asegurarse de la dirección tomada por el enemigo.” En un documento oficial no se podía confesar el desacato cometido por el Jefe de Apure a la autoridad Suprema (17).
                Los originales de la obra “Campanas de apure” los perdió en Paris el aventurero Polaco Rola Skiwiski, edecán de Páez, después de haber gastado en su vida disipada el dinero dado por el general para la publicación;  el manuscrito original conservado por Páez, sirvió de base a nuestros primeros historiadores Montenegro Colon y Baralt y Díaz, y los otros autores han copiado a éstos, en lo referente a Calabozo, excepto Restrepo y Larrazábal, quienes adoptaron la Relación de Briceño 

(14) Bolívar al Consejo de Gobierno. Calabozo, 13 de febrero de1818. O’Leary; XV, 571.
(15)Lecuna. Cartas del Libertador. Véase en el índice Analítico relativo a “Guerra”. Tomo X, Pág. 160.
(16) Relación Histórica del General Pedro Pablo Briceño Méndez, Caracas 1933, Tipografía Americana, Pág. 50.

Méndez. Nosotros nos hemos detenido a analizar estos hechos  porque debíamos exponer las causas del trastorno de la campaña, y pérdida del ascendiente logrado con la soberbia sorpresa dada al general español. En años sucesivos Páez, oprimido por el predominio alcanzado por el héroe después de la jornada de Boyacá, fue más prudente, y cuando Bolívar llegó a ser arbitro de estos países, lo denominaba “su maestro que en mil ocasiones le había señalado la senda de la victoria”(18)    

Retirada de Morillo. Combate de La Uriosa

A la media noche del 14 de Febrero abandonó Morillo la plaza dejando en ella  el hospital, la artillería sin clavar, a pesar de decir lo contrario en sus Memorias, fusiles, municiones y equipajes. El ejército, seguido de muchos emigrados, marchó en tres columnas a cortas distancias unas de otras. El movimiento no se podía ocultar, pues las tropas desde las 10 hasta las 12 de la noche trajinaron toda la ciudad al evacuar los puestos, sacar heridos, enfermos. Equipajes y parque; destruir parte las fortificaciones como los dos tamboretes ó reductos frente a la plaza de la Merced, y disponerse a la emigración. Una explosión casual de unos cajones de pólvora aumento la alarma. Los españoles sin caballos, debían recorrer 20 leguas de llanuras para llegar al Sombrero, pueblo de fácil defensa, situado donde empiezan los cerros, en la vía de los Valles de Aragua y de Caracas. Las tropas españolas marchaban paralelamente al rio Guárico. Al día siguiente, bajo un sol abrazador y devorados por la sed no se detuvieron sino momentos para cobrar aliento. El esforzado general español dio ejemplo cediendo sus caballos por muchas horas a heridos ó cansados.
                La caballería de los patriotas emprendió la persecución entre once y doce de la mañana, seguida de la infantería, pero esta última por error de los guías, se extravió y tomó el camino del Calvario a poco de haber emprendido la marcha, y por el tiempo perdido aumentó su atraso respecto a la caballería;  mas no fue esta la causa de no llegar a tiempo cuando los generales Páez y Sedeño y el coronel Ortega alcanzaron con dos escuadrones la retaguardia de Morillo a las cinco de la tarde , en la sabana de La Uriosa, pues ni el resto de la caballería pudo llegar oportunamente. Los jefes patriotas con unos cuantos jinetes pusieron en derrota 30 a 40 Húsares y cuando se le incorporaron dos escuadrones cargaron a la infantería formada en cuadro, ya a la caída de la noche y lograron causarle algunas pérdidas. Facilitaron la carga unos cuantos soldados de infantería enviados por el Libertador a la grupa de algunos jinetes. En manos de los patriotas quedaron cerca de 200 prisioneros, cogidos casi todos en el camino agobiados por el cansancio. Los españoles adelantaron los equipajes, los emigrados y heridos a cargo del general Morales y continuaron la retirada toda la noche sin detenerse.

(17) O’Leary XV, 611.
(18) Carta de Páez al Libertador de 28 de julio de 1824.El original se conserva en el archivo de O’Leary II, 53.


                Los generales Páez y Sedeño permanecieron con sus hombres en La Uriosa, hasta la llegada del Libertador con un cuerpo de infantería y la caballería de Monagas, a las nueve de la noche. De allí siguieron la persecución sin descanso (19).

Combate del Sombrero

Al día siguiente muy temprano Páez y Sedeño alcanzaron de nuevo la retaguardia de Morillo en la quebrada de El Juncal, pero sin fuerzas suficientes, después de algunos disparos , esperaron retirada y no se detuvieron hasta la entrada del pueblo del Sombrero, construido en un promontorio, con el río Guárico, por delante. La posición era muy fuerte por la barranca del rio de difícil acceso. La infantería de los independientes llego devorada por la sed, y el jefe Supremo en persona la condujo al ataque contra los puestos avanzados de los enemigos. En un momento fueron estos arrojados al otro lado del rio, sobre su cuerpo principal, y los soldados independientes pudieron beber agua.
                El regimiento Navarra, en batalla defendía en el centro la orilla derecha del Guárico, cubriendo la entrada principal. a su derecha el Batallón de Castilla, en columna, sostenía las compañías de Cazadores  encargada de cubrir los pasos más accesibles del rio , vadeable en muchos puntos. Los Cazadores de la Unión defendían un paso a la izquierda de los españoles, y el Batallón de este nombre y algunos Húsares se hallaban de reserva en el pueblo.
                A pesar de lo fuerte de la posición el Libertador sin vacilar empeñó el combate, creyendo seguramente forzar el puesto, sin mayores sacrificios, pero no lo logró. Los dos Batallones de La Guardia de Honor  entraron por el centro con audacia y denuedo y los de Apure y Barlovento a derecha é Izquierda. Los otros Batallones permanecieron en reserva. Tres veces avanzaron los independientes con resolución y otras tantas fueron rechazados.
Dos compañías de Castilla flanquearon en el último de estos avances a una columna independiente al atravesar el paso de la izquierda de los republicanos, y los españoles, según el parte de Morillo, tomaron su bandera, pero al divisar uno de los batallones de reserva en marcha precipitada sobre ellos retrocedieron  a su posición. En vista de la resistencia del enemigo y del cansancio de la tropa, el

(19) Oficio del 26 de febrero. Rodríguez Vila III, p.504. Boletín del Ejercito Libertador del 17 de febrero, O’Leary XV, 580.
                Las tropas españolas, en las primeras horas caminaron lentamente, puesto que las independientes las alcanzaron a las cinco ó seis horas de marcha habiendo salido de Calabozo doce horas después de ellas. 

Libertador suspendió el combate, después de dos horas de brega, mientras la caballería realizaba un movimiento de flanco, y atravesaba el río más abajo, para caer sobre la espalda de los españoles.
                Mas por el estropeo de los hombres, no fue posible renovarlo, ni llevar a cabo con la premura del caso el movimiento de flanco. La naturaleza violentada tantas horas recobraba sus derechos. Los soldados de Bolívar habían recorrido 20 leguas de Calabozo al Sombrero en 18 horas, y estaban agotados. Los combatientes de uno y otro bando se echaron al suelo a descansar. Pasadas unas horas y al sentir el movimiento de flanco, Morillo sigió la retirada y fue a dormir con todas sus tropas a Barbacoas, tres o cuatro leguas al norte del Sombrero, abandonando la mayor parte de sus heridos y y 80 prisioneros en poder de los patriotas.(20).
                Sus pérdidas desde Calabozo, incluyéndolos dispersos y las bajas en los combates se estimaban entre 300 a 400 hombres, al punto de solo tener al abandonar el pueblo 1.400 a 1.500 combatientes, tal era el estado de debilidad de sus tropas. Los patriotas tuvieron en el combate 80 muertos y heridos. De los primeros el Teniente Coronel Passoni, Italiano distinguido, ayudante del estado Mayor; El experto capitán Arévalo y el valeroso teniente Luis Girardot, hermano del héroe de Barbula, ambos de la Guardia de Honor; el capitán Urbina de Barlovento y los capitanes Ramírez y Rosales del batallón Apure y de los segundos, el general Anzoátegui, el teniente coronel Ponce, el mayor Gil, los capitanes Pulido y Mijares Tovar y ocho oficiales más, casi todos servidores de la republica desde 1813(21).

Los Patriotas suspenden la persecución

Los españoles prosiguieron la retirada sin ser perseguidos, porque los  “generales de caballería, escribe Briceño Méndez, protestaron que sus caballos no podían resistir más fatiga. El general Bolívar se vio obligado a complacer a los mismos generales que insistieron en que el ejército contramarchase a tomar cuarteles en Calabozo, y tuvo el dolor de ver que el enemigo se salvaba  cuando podía haber sido destruido enteramente”(22). Esta escena ocurrió al día siguiente en la mañana, 17 de febrero estando todo el ejército reunido en El Sombrero. La oposición naturalmente partió de Páez y sus oficiales negados todos a proseguir la persecución. Aunque Monagas y Sedeño retrocedieron también con sus jinetes a Calabozo, ninguno de los dos tenia fuerza para imponerse, ni le hacían oposición a Bolívar. La campana quedó trunca, y los españoles se salvaron.

(20) Morillo al Ministro, Villa de Cura. 26 de febrero. Rodríguez Villa III, p.504.En el Tomo i, p.337 de dicha obra se inserta el mismo parte con la diferencia de asignar a los independientes en uno 400 muertos y en el otro 40.
                A Calabozo envió el Jefe supremo 18 heridos del Ejército español que podían montar a caballo. Nota del J. E. M. al Comandante de Calabozo, Sombrero 18 de febrero.
(21) Boletín del ejército Libertador. O’Leary XV. 580.
(22) Relación Histórica citada p. 51

Terror de los realistas

El país quedo asombrado de la inesperada derrota del temido general español, considerado hasta entonces invencible, por su valor y entereza de carácter, y la superioridad de sus tropas. Las autoridades de los pueblos y cuantos se hallaban comprometidos en el bando real huyeron aterrados a Caracas, Valencia, La guaira y puerto cabello. “Tres días falto solo mi correspondencia, escribió Morillo a la Corte, que fue el tiempo que invertí en llegar al pueblo del Sombrero, y esta circunstancia bastó para que el Superintendente, abandonando los caudales, se embarcase en La Guaira, los Ministros de la Audiencia  hicieran lo mismo, y todos, todos cuantos servían a S.M. en la capital y los demás pueblos, faltando a sus deberes, huyeron sin saber de qué, con un terror y cobardía de que no hay ejemplo. El mismo Capitán General interino quiso abandonar Caracas, donde estaba con toda su fuerza el batallón Burgos , y fue menester el celo y serenidad del brigadier Don Miguel de La Torre, que estaba allí curándose de sus heridas, y de otros oficiales del ejército, para que los disuadiesen de esta idea (23). Era el efecto moral de la inaudita sorpresa y de la derrota de Morillo, y el peligro inminente de su destrucción total, ocultados por el Jefe español a la Corte atribuyendo el fenómeno a cobardía de los suyos; pero este desastroso estado moral, presentido solo por el genio del Libertador en el campo patriota, paso pronto cuando los realistas se dieron cuenta de lo ocurrido; y el hecho funesto a los independientes, salvó a sus enemigos, y permitió a Morillo atribuirse la victoria del Sombrero, falseando la verdad. En la Gaceta de Caracas del 25 de febrero se publicaron extractos de los oficios del Jefe español, disimulando en parte lo ocurrido para calmar al público. Estos escritos volvieron la confianza a los realistas (24).

Critica a las versiones realistas

Si los hechos hubieran ocurrido como decían los españoles la retirada natural de Morillo habría sido por el Valle de Paya a cubrir los Valles de Aragua y caracas, abandonando por extraviado y extenso el valle del Guárico; es decir marchando directamente del Sombrero  a Villa de Cura por Ortiz en lugar de dar el rodeo por San Sebastián, pero no se atrevió a tomar esa vía y huyó al

(23) Oficio de Morillo. Villa de cUra, 26 de febrero de 1818. Rodríguez Villa. III, 510.
(24) Gaceta de Caracas, N° 174. Restrepo II, 587 a 591,  publica completas las notas de Morillo,. En una de ellas dice que sus soldados siguen la marcha desfallecidos, de varios días sin comer.

norte, hacia Camatagua, para seguir a Caracas por Ocumare del Tuy ó por San Casimiro y Tácata , resignado a abandonar a los patriotas casi todo el país y las fuerzas diseminadas en el Occidente. Este movimiento de Morillo es la prueba más elocuente de la terrible situación de su ejército después del combate del Sombrero. Júzguese cuál sería su asombro y regocijo al sentirse en Camatagua libre de toda persecución. Inmediatamente cambió de rumbo y siguiendo el valle del Guárico marcho atrevidamente a Villa de Cura, y pidió víveres  y refuerzos al gobierno. Con este sabio y atrevido movimiento cambiaba radicalmente su situación.
                En aquel pueblo se le había incorporado el coronel Rafael López, solo 200 a 300 hombres, por haberse dispersado los restantes, cuando supieron cerca del rio Orituco la derrota de Morillo en Calabozo, así como se habían dispersado los escuadrones realistas enviados antes de esta acción a Guardatinajas, Los Tiznados y el Baúl. Todos estos sucesos presentidos por Bolívar, prueban cuan desacertado é inoportuno fue el sesgo dado por Páez a la campaña.

Nota: La totalidad del texto, es copia de la Obra del Historiador Vicente Lecuna: Crónica Razonada de La Guerra de Bolívar, Tomo II, Páginas 137 a 156, The Colonial press inc., N.Y., 1950.