sábado, 13 de enero de 2018

Batalla de Calabozo, “Memorias del General José Antonio Páez, Capitulo X, [Transcripcion]

CAPÍTULO X

Marcha sobre Calabozo. —Me apodero del ganado que el enemigo tenía en la orilla de esta ciudad.—Morillo sale con su Estado Mayor á cerciorarse de la proximidad de nuestro ejército.—Carga que le dimos y peligro que corrió el general expedicionario.—Derrota de 300 húsares europeos.—Plan de Bolívar.—Mi opinión sobre dicho plan.—Respuesta á los cargos de insubordinación que me ha hecho Restrepo.—El plan de campaña que propuse al libertador.—Voy á tomarla plaza de San Fernando.—Encuentros en el caño de Biruaca, en el Negro y en la Enea.—Reunión de las fuerzas del coronel López con las del general Latorre. —Bolívar se reúne de nuevo conmigo. —Persecución de Latorre. —Combate en Ortiz. —Muerte de Jenaro Vázquez.—Mi marcha contra López.—El libertador se salva milagrosamente en e! Rincón de los Toros. —Movimiento de Latorre. —Acción de Cojedes. —Marcho á San Fernando. —Vuelta á Achaguas. —Las tropas de San Fernando me nombran general en Jefe. —Defensa del ejército de Apure.

(1818 *.)

                El hecho que acabo de referir, ocurrido en la boca del Coplé, á menos de una milla de San Fernando, prueba que no hay peligro, por grande que sea, que á los hombres desapercibidos no les parezca incomparablemente mayor. Pasó, pues, el ejército con la mayor rapidez, y Bolívar, sin perder tiempo, se puso en marcha sobre Calabozo, no por el camino real, sino por otra vía extraviada, á fin de evitar el ser visto por alguna patrulla enemiga que fuera á dar aviso de su marcha á Morillo. Antes de su aproximación, dejó al coronel Miguel Guerrero con un escuadrón al frente de San Fernando, para que impidiese á los de la plaza salir á buscar víveres y con objeto también de tener expeditas nuestras comunicaciones, y conservar nuestra línea de operaciones con Apure y Guayana. Logramos hacer la marcha sin ser descubiertos, y atravesamos el Guárico por el hato de Altagracia; cruzamos el río Orituco por el paso de los Tres Moriches, y pasamos la noche en su ribera derecha, á tres leguas de Calabozo. A las cuatro se movió el campo, y yo me adelanté con una partida de caballería y el ánimo de ir á apoderarme del ganado que tenía la guarnición, para racionar sus tropas, en un corral, á la orilla de la ciudad. Lógrese la operación al ser de día, y retirando el ganado á nuestra espalda, me quedé á orillas de la ciudad, en la sabana limpia, que demora al Suroeste.


                Cuando se le participó á Morillo que la partida de caballería que se había llevado el ganado permanecía á orillas de la ciudad, lo que hacía creer que un ejército enemigo venía hacia ella, saltó de la cama, exclamando:"¿Qué ejército puede venir aquí? Sólo que lo haya hecho por el aire."

                Para cerciorarse mejor, montó á caballo y salió hasta los arrabales de la ciudad con su Estado Mayor y 200 infantes, que dejó emboscados á su espalda. Al ver el equipo de jinetes que le acompañaban, juzgué sin tardanza que debía ser Morillo con su Estado Mayor; con mis compañeros fui poco á poco acercándomele hasta que volvieran caras para retornar á la ciudad, y entonces cargarles á todo escape á fin de lancearlos antes de que entraran en la plaza. El nos esperó hasta que no creyó prudente dejarnos acercar más, y al volver riendas, los cargamos nosotros con tal tesón y tan de cerca, que ya el bizarro Aramendi iba á atravesarle con su lanza, cuando un capitán de Estado Mayor, de nombre Carlos, se interpuso entre los dos y murió del golpe recibido por salvar la vida á su jefe.

                Entretanto, nos hizo fuego la emboscada que había quedado á nuestra espalda, y á semejante precaución debió Morillo su salvación y la de su Estado Mayor, pues á no haberlo hecho, ni un solo hombre hubiera escapado en la carga que les dimos hasta las bocacalles de la ciudad. Tuvimos, al fin, que volver á la sabana, rompiendo la emboscada que nos había quedado á la espalda.


                Lamentábamos que se nos hubiese escapado tan importante presa, cuando el capitán (después general) Francisco Guerrero, dijo: "Allí viene una columna de infantería y caballería, y no es de nuestro ejército, pues trae otra dirección." Salimos á reconocerlos y encontramos que era un cuerpo de 300 infantes y 300 húsares, todos europeos, que estaban apostados en la Misión de Abajo para marchar al Apure, adonde pensaba dirigirse Morillo cuando se le incorporara la caballería. Cargámosles y fuimos rechazados; los húsares nos persiguieron, y cuando los vimos separados de la infantería, volvimos cara y los pusimos en completa derrota, no habiendo podido entrar en la plaza sino unos 60. El Libertador, que venía ya cerca con el ejército, oyó el fuego y mandó que la Guardia de Apure á todo galope acudiera á reforzarnos, y después envió, además, la compañía de cazadores del batallón Barcelona al mando del capitán José María Arguíndiguez. Con este auxilio continuamos más vigorosamente el ataque contra el enemigo, que había sido reforzado por los 200 hombres que sacó Morillo cuando salió á las orillas de la ciudad. Seis ú ocho cargas dio la Guardia sin poder romper el cuadro de la infantería realista, hasta que, echando pie á tierra, y con lanza en mano, avanzó con los cazadores, y destruyó toda aquella fuerza, que se defendía con sin igual denuedo (1).

                Nuestro ejército [constante de 2.000 infantes y más de 2.000 caballos, con cuatro piezas de artillería, llegó y formó frente á la ciudad en la llanura limpia.

 (1) Los soldados españoles se batieron con tal desesperación, que nuestros llaneros, comentando por la noche los sucesos del día, decían (me permitiré repetirlo en sus mismas palabras) que "cuando quedaban cuatro, se defendían c... con c..." Es decir, que hasta sólo cuatro formaban cuadro. Certísimo; no se rendían y era menester matarlos.

                El batallón realista Castilla, que estaba en la Misión de Arriba, logró entrar en la plaza sin más pérdida que sus equipajes y algunos prisioneros.

                Morillo, no teniendo víveres ni para ocho días, se creía ya perdido, y, en efecto, hubiéramos podido acabar con él si Bolívar hubiese abandonado la idea de dejarle en los llanos para ir á apoderarse de Caracas. Tan gran importancia daba á la ocupación de la capital, que no le detuvo la idea de dejar al jefe español en un territorio donde muy en breve reuniría sus fuerzas y marcharía después en busca nuestra.

                Emprendimos, pues, la marcha y el ejército recruzó el Guárico por el paso de San Marcos, y de allí siguió al pueblo del Rastro, dejando frente á Calabozo al comandante Guillermo Iribarren con su escuadrón para observar los movimientos del enemigo.

                En el pueblo del Rastro, á tres leguas de Calabozo, camino de Caracas, me llamó Bolívar á una conferencia fuera de la casa, con objeto de saber mi opinión sobre su plan de dejar á Morillo en Calabozo para ir sobre la capital. Díjome que su objeto era apoderarse de ella, no sólo por la fuerza moral que daría á la causa semejante adquisición, sino por la seguridad que tenía de reunir 4.000 paisanos en los valles de Aragua y Caracas con que reforzaría al ejército. Yo le manifesté que, siempre dispuesto á obedecer sus órdenes, no estaba, sin embargo, de acuerdo con su opinión, porque ninguno de sus argumentos me p arecía bastante fuerte para exponernos al riesgo de dejar por retaguardia á Morillo, quien muy pronto podría reunir las fuerzas que tenía repartidas en varios puntos, poco distantes de Calabozo, las cuales, en su totalidad, eran más numerosas que las nuestras; que nuestra superioridad sobre el enemigo consistía en la caballería; pero que ésta quedaba anulada desde el momento que entrásemos en terrenos quebrados y cubiertos de bosques, á la vez que por ser pedregosos veríamos en ellos inutilizados nuestros caballos.

                Manifestéle, además, que no era prudente dejar en Apure la plaza fortificada de San Fernando, y que aunque lograse el reclutamiento de toda la gente que él esperaba reunir, no tendríamos elementos para equiparla. La conferencia fué tan larga y acalorada, que llamó la atención á los que observaban de lejos, quienes tal vez se figuraron que estábamos empeñados en una reñida disputa.

                Al amanecer del día siguiente, sin que Bolívar hubiese resuelto nada definitivamente, vino un parte de Iribarren, que según va dicho, había quedado en observación del enemigo, cerca de Calabozo, en el cual participaba que Morillo á media noche había evacuado la ciudad, y que hasta aquella hora no sabía la dirección que había tomado. Inmediatamente ordenó Bolívar que el ejército contramarchase á Calabozo, y aunque los prácticos de aquellos lugares le dijeron que continuando la marcha hacia Caracas podríamos repasar el río Guárico por el vado de las Palomas, y salir al enemigo inopinadamente por delante, él insistió en su resolución diciendo que al enemigo era siempre conveniente perseguirle por la huella que dejaba en su marcha, y que era, por lo tanto, indispensable ir á Calabozo para informarse con exactitud de la vía que había tomado.

                Llamamos aquí vivamente la atención del lector, para que compare esta relación con la que Larrazábal copia de Restrepo, y no podrá menos de sorprenderse al ver cómo se desfiguran los hechos cuando los refieren quienes han tenido noticias de ellos, por conductos malintencionados, ó cuando relatan lo que no vieron.

                Marchamos, pues, á Calabozo, ya ocupado por Iribarren; allí, un tal Pernalete, me dijo que alguien había manifestado á Bolívar que yo había adelantado mis fuerzas con el objeto de saquear la ciudad. Lleno de indignación, me presenté inmediatamente á Bolívar, que estaba en la plaza, y le dije que si se le había dicho semejante cosa, estaba resuelto á castigar con la espada que ceñía, en defensa de la patria, al que hubiese tenido la vileza de inventar la pérfida calumnia. Bolívar, irritado sobre manera al ver tal falsedad, me contestó: «Falta á la verdad quien tal haya dicho; déme usted el nombre de ese infame y mordaz calumniador, para hacerle fusilar inmediatamente.».

                Díme por satisfecho con estas palabras; mas no quise exponer á Pernalete á sufrir las consecuencias de la cólera de Bolívar.

                Es muy probable que algunos de los que presenciaron aquella escena la tradujeran como una falta de respeto al jefe supremo, y seguramente por tal motivo comenzó á rugirse que nuestros ánimos estaban mutuamente mal dispuestos, y que tal iba á ser la causa de que suspendiéramos la persecución de Morillo.

                Se equivocaron los que tal cosa creyeron, pues luego de almorzar juntos aquel mismo día, salimos en persecución de Morillo á eso de las doce. A pesar del tiempo perdido en Calabozo, le habríamos alcanzado con todo el ejército, si por una equivocación, nuestra infantería no hubiese tomado el camino del Calvario en vez del de El Sombrero; de suerte que cuando se le avisó que iba mal, tuvo que desandar más de una legua para tomar el camino que debía. En nuestra marcha íbamos cogiendo prisioneros á los rezagados, y cuando salí al lugar de la Uriosa, llano espacioso y limpio, y llevando conmigo sólo 15 hombres de caballería, entre ellos los valientes jefes general Manuel Cedeño y coronel Rafael Ortega, alcancé la misma retaguardia del enemigo, haciendo prisioneros á los que encontré bebiendo agua en nn jagüey, y sucesivamente á todos los que iban llegando á este punto. Hice por todo 400 prisioneros á la vista del jefe enemigo.

                Eran las cinco de la tarde: á las seis, cuando el sol se ponía, como se me hubiesen incorporado unos 150 hombres de la caballería, di una carga al enemigo, que permanecía separado de nosotros, por la quebrada de la Uriosa con objeto de batir á 60 húsares, avanzados como á tiro de fusil del ejército, que era la única caballería que tenía.

                Los húsares, aunque buenos soldados de á caballo, no resistieron nuestra carga, y cuando en su fuga llegaron al punto donde estaba la infantería, ésta rompió el fuego contra ellos y nosotros, muriendo siete húsares y tres caballos por las balas de sus mismos compañeros. Nosotros fuimos rechazados sin ninguna pérdida.

                Nuestro ejército á las nueve de la noche estaba ya reunido en la Uriosa y á esa hora continuamos la persecución; el día siguiente por la mañana estábamos como á una milla del pueblo del Sombrero donde nos esperaba el enemigo, que había tomado sus medidas de resistencia en el paso del vecino río.

                Allí aguardamos al Libertador para que oyese la declaración de un desertor de los húsares realistas que se nos presentó montado en el caballo del jefe español D. Juan Juez, el cual nos aconsejaba no fuéramos por el paso real del río, porque en la barranca opuesta tenía Morillo emboscados de 700 á 800 hombres entre granaderos y cazadores, y como la subida de la barranca era muy estrecha, sería mejor que tomásemos un sendero inmediato, por donde podíamos pasar el río sin oposición y salir al pueblo por sabana limpia.

                Llegó Bolívar, é impuesto de todo esto, oyó más bien los consejos de su carácter impetuoso que todas las observaciones del húsar. Al incorporársenos la infantería, dijo: «Soldados, el enemigo está allí mismo en el río ¡A romperlo para beber agua! ¡Viva la patria!—¡A paso de trote! > .

                Llegó nuestra infantería hasta la playa del río y en menos de un cuarto de hora de un vivo fuego fué rechazada, con pérdida considerable, sobre todo de oficiales. Afortunadamente teníamos la caballería en el paradero del Samán, y cuando el enemigo la observó, abandonó la persecución y retrocedió á ocupar sus primitivas posiciones en la margen opuesta del río. Esto nos dio la ventaja de tener tiempo suficiente para llamar y reunir nuestros dispersos.

                Por la tarde atravesamos el río en el punto indicado por el húsar, pero sin lograr nuestro objeto, porque Morillo había continuado su retirada aquella misma noche tomando el camino da Barbacoas y entrando en terrenos quebrados, donde no fué posible continuar la persecución, porque todos los caballos estaban sumamente despeados, y entre muertos, enfermos y desertores había hasta 400 bajas en la infantería.

                Del Sombrero regresamos á Calabozo, y en esta ciudad conferenció Bolívar conmigo sobre cuál sería el mejor plan que debíamos adoptar en tales circunstancias.

                Repetíle entonces que creía de la mayor importancia no dar un paso adelante sin dejar asegurada nuestra base de operaciones, que debía ser la plaza de San Fernando, que era necesario arrancarla al enemigo, porque en su poder era una amenaza contra Guayana en el caso de que sufriéramos un revés. Dije también que debíamos además ocupar todos los pueblos situados en los llanos de Calabozo: que tratáramos de atraer á nuestra devoción á sus habitantes, siempre hasta entonces enemigos de los patriotas, aumentando así nuestra caballería con 1.000 ó 2.000 hombres que servían á los realistas y continuarían engrosando sus filas, si no usábamos de un medio para atraerlos á las nuestras. En mi opinión contribuiría mucho á este objeto la toma de San Fernando. Recordé á Bolívar que de aquellos llanos había salido el azote de los patriotas en los años de 1813 y 1814, y, en fin, que me parecía sumamente arriesgado dejarlos á nuestra espalda cuando fuésemos á internarnos en los valles de Aragua, para dar batalla á un enemigo fuerte en número, valiente y bien disciplinado. Advertíle además que la mitad de nuestra caballería no llegaría á dichos valles, por ser quebrados y pedregosos los terrenos que teníamos que atravesar, en donde nuestros caballos quedarían inutilizados. Si la fortuna no nos daba una victoria en los valles de Aragua ó en su tránsito, era más que probable nuestra completa ruina, porque los llaneros de Calabozo acabarían con nosotros antes de llegar al Apure, y el ejército enemigo nos seguiría hasta su plaza fortificada de San Fernando, y embarcando allí con la mayor facilidad mil ó dos mil hombres en cinco ó seis días, iría á Guayama, río abajo, la cual ocuparía sin oposición, porque nosotros no teníamos allí fuerzas ningunas. Ocupada Angostura por los realistas, se nos cerraba el canal del Orinoco, por donde recibíamos elementos de guerra del extranjero.

                Vana era la esperanza de que Miguel Guerrero tomase á San Fernando, pues el enemigo despreciaba tanto á este jefe, que con toda impunidad hacía frecuentes salidas de la plaza para ir á forrajear por la ribera derecha del Apure y en las orillas del caño de Biruaca, volviendo después á la ciudad cargado de víveres sin que el sitiador le pusiese el menor obstáculo.

                Por todas estas razones convino Bolívar en que yo fuese á tomar á San Fernando.

                A mi llegada á la plaza encontré á Guerrero reforzado por 200 hombres llegados de Guayana.

                Antes de estrechar el sitio envié por tres veces un parlamento al jefe de la guarnición, ofreciendo perdón para él y todos los que le acompañaban; pero se negó á recibirlo,  el día 6 de Marzo, á las tres de la mañana, salió de la plaza con toda su guarnición por el camino que conduce á Achaguas, con el objeto de dirigirse á la provincia de Barinas. Se les persiguió con calor, y á las siete de la mañana fueron alcanzados en el caño de Biruaca, donde resistieron con bastante tenacidad al ataque que se les dio. Los bosques del caño le facilitaron la retirada al del Negro, que no estaba muy distante, y allí hubo un segundo combate, en el que mi vanguardia de 200 cazadores, fué rechazada á la bayoneta.

                Un poco más adelante del Negro tuvimos otro encuentro y les hicimos retirar hasta el sitio de la Enea, donde á la orilla de un espeso bosque se hicieron fuertes y resistieron con valor admirable. Obscureció, y ellos y nosotros permanecimos en nuestras respectivas posiciones; la noche hizo callar el estruendo de las armas. Al amanecer del día siguiente volvimos á romper el fuego, y á los pocos minutos se rindieron los realistas. A nuestros gritos de victoria, varios de sus jefes y oficiales emprendieron la fuga; pero como en el Apure los realistas no encontraban amparo, fueron todos aprehendidos, con excepción de cuatro ó seis que pudieron salvarse. Mandaba aquellas tropas del rey el comandante José M. Quero, caraqueño, hombre de un valor á toda prueba, que á pesar de haber recibido en los primeros ataques dos heridas, una de ellas mortal, siguió impertérrito mandando á su gente siempre que fué atacada. Nosotros, por nuestra parte, perdimos siete oficiales de caballería, entra ellos el capitán Echeverría y tres más de este mismo grado. También fué herido el esforzado comandante Hermenegildo Múgica; las demás desgracias fueron 20 muertos y 30 heridos (1).

                La relación sencilla de lo ocurrido basta para desmentir el error de la obra del Sr. Retrepo cuando dice que contra la opinión y voluntad de Bolívar marché á apoderarme de San Fernando. Tal conducta habría sido una deserción de mi parte, y no hubiera yo vuelto á reunirme con él, como lo hice tan luego como me participó desde la ciudad de la Victoria que necesitaba de pronto auxilio, porque se creía en situación muy comprometida. Esta comunicación fué la primera noticia que tuve de su marcha hacia Caracas.

                El coronel D. Rafael López, después de la derrota que sufrió Bolívar en Semen, salió de los Tiznados con cerca de 1.000 hombres de caballería para cortar á los que huían, y en la sabana de San Pablo y sitio llamado Mangas Largas sorprendió al comandante Blanca, que llevaba alguna gente de los derrotados, y pasó á cuchillo á todos los que cayeron en su poder. Por fortuna, ya el Libertador había pasado de aquel sitio y se hallaba en la ciudad de Calabozo, y muchos de los derrotados habían tomado otras direcciones desde el pueblo de Ortiz, á seis leguas de Mangas Largas.

                La Torre vino á la cabeza del ejército vencedor en Semen, y López se unió á él en el paso del caño del Caimán, donde ejecutó su última matanza; de allí marcharon juntos hasta el Banco del Rastro, una legua distante del pueblo de este nombre. El mismo día llegué yo á aquel punto con 2.100 hombres entre infantería y caballería, por el camino de Guardatinajas, é inmediatamente di parte al jefe supremo de mi llegada y de que teniendo al enemigo á unalegua distante de mí, estaba yo resuelto á darle batalla. Llevó el parte un oficial que le encontró en la laguna Chinea, á dos leguas de Calabozo. Contestóme Bolívar que lo esperara en el punto donde entonces me encontraba, y el día siguiente se me unió con unos 300 hombres entre soldados y emigrados de los valles de Aragua.

(1) En la plaza principal encontramos la cabeza del honrado, del valiente, del finísimo caballero comandante Pedro Aldao, puesta por escarnio en una pica de orden de Boves, que la remitió desde Calabozo como trofeo. Al apearla para hacerle honores y darle sepultura cristiana nos encontramos dentro de ella un pajarillo que había hecho en la cavidad su nido y tenía dos hijuelos. El pájaro era amarillo,
color distintivo de los patriotas.

                El día antes de esta reunión, el general Cedeño me pidió 25 hombres de mi Guardia para ir á provocar la caballería enemiga, pero ésta no se movió de su campamento aunque los nuestros se lo acercaron á tiro de fusil.

                El general Latorre, que mandaba todo el ejército, por hallarse herido Morillo (1), al saber mi llegada al Rastro se retiró hacia el pueblo de Ortiz; pero tan pronto como me reuní con Bolívar, emprendimos la marcha sobre él á pasó redoblado. No fué posible darle alcance en la llanura, porque él también redobló la marcha hasta llegar á los terrenos quebrados y á los desfiladeros.

                El general realista, de paso por la sabana de San Pablo, mandó á López que se colocase en los Tiznados para cortar nuestra línea de comunicaciones con Calabozo y el Apure, y él nos esperó en el pueblo de Ortiz ocupando un punto bastante militar en las alturas que dominan el
desfiladero de una cuesta, antes de llegar á la población.

                Allí empeñó Bolívar un combate de seis horas, más que temerario, pues nuestra caballería no podía tomar parte en él por no permitirlo el terreno. Varias veces subía nuestra infantería y tenía que volver á bajar, rechazada, y todo esto á pesar de repetírsele á Bolívar que por nuestra derecha había un punto por donde descabezar aquel cerro. Fué, pues, imposible forzar el paso, y allí tuvimos que lamentar, entre otras, la irreparable pérdida del coronel Jenaro Vázquez, que fué herido de muerte cuando, con un cuerpo de 200 carabineros que mandaba, echó pie á tierra y logró llegar hasta la cima de la cuesta. Cuando fué herido Vázquez, una columna de infantería enemiga bajó por otro lado y llegó hasta el lugar donde estaba formado el resto de nuestra infantería, rechazándola unas 200 varas; pero con el pronto y eficaz auxilio que le di, mandando á Iribarren cargar vigorosamente con una columna de caballería, volvió el enemigo á su altura y pudo Vázquez y su columna incorporársenos y no quedar cortada. Vázquez venía herido y en brazos de sus soldados. Aquella misma noche murió.

                Ya el sol estaba al ponerse, y como teníamos una sed irresistible y no había allí agua para apagarla, dispuso Bolívar que nos retiráramos al punto donde la había, que estaba á nuestra espalda, cosa de seis leguas de distancia.  El enemigo se aprovechó del movimiento y se puso en

(1) En la batalla de Semen lo hirió con lanza el entonces capitán Juan Pablo Farfán.

retirada hasta los valles de Aragua, como á 18 leguas de Ortiz (1).

                Bolívar marchó con el resto del ejército á San José de los Tiznados, con el ánimo de obrar contra el enemigo  por el Occidente de Caracas, cambiando de este modo su línea de operaciones, pues el camino de la Puerta le había sido hasta entonces funesto. Llegamos al pueblo de San José de los Tiznados y allí resolvió irse á Calabozo con parte de las tropas para organizar fuerzas con una columna que vino de Guayana. Yo recibí orden de marchar hacia San Carlos para que se me uniera allí el coronel Rangel, á quien, con un cuerpo de caballería, se le había mandado obrar sobre el Occidente, atravesando la provincia de Barinas, y al mismo tiempo ver si podía yo batir á López, que se encontraba en el Pao de San Juan Bautista. Excusó éste el combate que le ofrecí, y se retiró á las Cañadas, por el camino de Valencia; pero cuando
vio que yo pasé el Pao, se retiró á los Tiznados, por la cordillera, camino de las Cocuizas, con la idea de batir á Bolívar, que sabía venía á reunírseme con 700 hombres de caballería y 400 infantes.

                Estando López en el pueblo de San José, esperando al Libertador, acampó éste con su fuerza en el Rincón de los Toros, á una legua de San José. Al llegar á dicho pueblo supo que López estaba muy cerca y me envió al general Cedeño, con 25 jinetes, para decirme que me detuviera, pues ya él venía marchando á unirse conmigo. En la noche de aquel mismo día, un sargento de los nuestros se pasó al enemigo y reveló el santo y seña de la división, la fuerza de que constaba y el lugar donde descansaba el jefe supremo. Concibió entonces López la idea de sorprender al Libertador, y confió la operación al capitán D. Mariano Renovales, haciéndole acompañar de ocho hombres escogidos por su valor.

                 Entretanto, Bolívar descansaba en su hamaca, colgada de unos árboles á corta distancia del campamento. Como á las cuatro de la mañana, cuando el coronel Santander, jefe de Estado Mayor, iba á comunicar al Libertador que ya todo estaba preparado para la marcha, tropezó con la gente de Renovales, y después de exigir el santo y seña, le preguntó qué patrulla era aquélla. Respondióle Renovales que venía de hacer un reconocimiento sobre el campo enemigo, según órdenes que había recibido del jefe supremo, que iba á darle cuenta del resultado de su comisión; pero que no daba con el lugar donde se hallaba. Santander le dijo que viniera con él, pues él también iba á darle parte de que todo estaba listo para marchar.

(1) La pérdida de Jenaro Vázquez me fué muy dolorosa, pues era uno de los campeones de Apure, con quienes contaba yo siempre que había que acometer todo género de empresas, por arriesgadas que fuesen. La patria, agradecida, no debe olvidar el nombre de este valiente, ya que no hay monumento que recuerde el de los que murieron por ella en los campos de batalla. Catorce años después de su muerte recogí los huesos de tan gallardo compañero de armas y los llevé á Valencia. En memoria suya di su nombre á una laguna que se halla en el patio de mi hato de San Pablo, donde estuvo enterrado primero.
           
                Habiendo llegado á la orilla del grupo de árboles donde Bolívar y su séquito tenían colgadas sus hamacas, le señaló una blanca, que era la de aquél; apenas lo hubo hecho, cuando los realistas descargaron sus armas sobre la indicada hamaca (1).

                Afortunadamente, hacía pocos momentos que éste la había abandonado para ir á montar su muía, y ya tenía el pie en el estribo cuando ésta, espantada por los tiros, echó á correr, dejando á su dueño en tierra.

                Bolívar, sorprendido con descarga tan inmediata, trató de ponerse á salvo, y en la obscuridad de la noche no pudo atinar con el lugar del campamento.

                Este hecho ha sido referido con bastante inexactitud por algunos historiadores de Colombia, y no ha faltado quien lo haya referido de una manera ridícula y poco honrosa para el Libertador. No debe sorprender que él no atinase con el campamento, pues el mejor llanero que se extravía en la obscuridad en aquellos puntos, se halla en el mismo caso que el navegante que, en medio del Océano, pierde su brújula en noche tenebrosa. A mí me ha sucedido creerme desorientado en los llanos durante toda una noche, y, sin embargo, al amanecer he descubierto que había estado muchas veces al pie de una misma mata.

                Grande fué la confusión del campamento cuando vieron que Bolívar no aparecía; todos se figuraban que había muerto si no era prisionero de los enemigos. Al amanecer atacaron los realistas el campo de los nuestros, y hallaron muy poca resistencia, porque aún duraba el pánico que la sorpresa había causado.

                En el ataque murieron algunos bizarros jefes, y cayeron prisioneros otros que después fueron fusilados por orden de Morillo. Como compensación, allí fué muerto Rafael López, el mejor jefe de caballería que llegaron á tener los realistas, tanto por su valor como por su sagacidad. Era natural de Pedraza, provincia de Barinas, y pertenecía á una de sus familias más conocidas. El general Cedeño, aunque dormía á mucha distancia del campamento, oyó el fuego del combate y contramarchó para averiguar lo sucedido. Llegó al campo y no encontró amigos ni enemigos; pero comprendiendo que los patriotas habían sufrido un desastre, se fué á Calabozo en busca de Bolívar.
Los dispersos del Rincón de los Toros encontraron al Libertador y le dieron el caballo de López, que el comandante Rondón había cogido después de muerto su jinete.

                Recibí noticia del desastre; pero como Bolívar no me envió ninguna contraorden, seguí mi marcha sobre San Carlos, donde estaba Latorre con 3.000 hombres.

(1)La historia de lo acontecido me la refino el mismo Bolívar. La descarga mató á algunos de los que acompañaban al Libertador.
                 
               
                Al llegar á la ciudad encontramos una partida de húsares que salía de ella y la arrollamos 'con nuestras lanzas, penetrando hasta la misma plaza donde estaban acuarteladas las tropas en las casas de alto. De allí nos hicieron fuego, y tuvimos que retirarnos fuera de la ciudad.

                El general Latorre salió de la población y tomó posiciones en unos cerritos llamados de San Juan. Yo permanecí cinco días en la llanura frente á él, y sospechando que estaría esperando refuerzos, me pareció prudente retirarme al pueblo de Cojedes para mandar á llamar á Rangel que se encontraba en Cabudare, casi un arrabal de Barquisimeto. Rangel vino, pero con sólo 200 hombres de caballería, diciendo que el resto de la columna se le había desertado. Sin embargo de tener yo muy poca fuerza, resolví volver sobre San Carlos con la resolución de batirme contra cualquier número que se presentase. El mismo día que salí de Cojedes, en el sitio de Camoruco, me encontré inesperadamente con el enemigo que venía en mi busca después de haber sido reforzado con 1.500 hombres, la mayor parte de caballería.

                Tuve que contramarchar por no tener ni campo donde formar mi gente, pues el terreno es en aquellos puntos quebrado y muy poblado de árboles. El enemigo trató de atropellarme en la retirada con uno de sus batallones; pero en una vuelta del camino le cayó encima mi Guardia de honor que yo había dejado allí apostada, y matándoles algunos hombres les hice abandonar el camino, abriéndose á un lado y otro de él. Continué, pues, mi retirada en orden hasta la Sabana de Cojedes, donde resolví esperar á los realistas, formando mis tropas al fín de la sabana, dando espaldas al pueblo que quedaba como á media milla.

                Aunque vi que el enemigo era muy superior en fuerzas, pues tenía cerca de 1.000 hombres, no perdí la esperanza de obtener un triunfo aquel día; tal era mi confianza en el valor y arrojo de mis tropas. Formé mis 300 infantes en batalla en dos filas: coloqué la guardia de caballería al mando de Cornelio Muñoz á la derecha, y á la izquierda Iribarren con su escuadrón. El resto de la caballería, al mando de Rangel, formaba la segunda línea.

                Tanto al general Anzoategui, que mandaba la infante ría, como á los demás jefes y al de mi Estado Mayor, comuniqué mi plan de ataque, que consistía en esperar al enemigo, sin disparar un tiro, hasta que lo tuviésemos muy cerca, y entonces romper nosotros el fuego, cargar á la vez la Guardia y el escuadrón de Iribarren sobre la caballería enemiga, y luego que ésta fuera derrotada, lo cual tenía yo por casi seguro, hacer un movimiento de flanco sin perder la formación que teníamos, y colocarnos al flanco izquierdo del enemigo á tiro de fusil, con la mira de evitar que éste, obligado á hacer un esfuerzo, nos arrollara para ir á ampararse en el bosque y en el pueblo, que nos quedaban á la espalda, cuando se viera sin caballería.

                Excelente les pareció á todos el plan; pero Anzoátegui por tres veces me suplicó que no avanzara yo con la caballería, pues para ejecutar el movimiento se necesitaba de mi presencia.    Confirmé yo entonces el dicho vulgar de que no hay hombre cuerdo á caballo; pues olvidando mi promesa avancé con la Guardia y arrollé casi toda la caballería enemiga, rompiendo además un batallón de infantería que estaba de reserva. Horrible fué el estrago que causaron en el enemigo mis 300 infantes, pues los mismos realistas, en cartas que se interceptaron después en la Nueva Granada hablando de aquel suceso, decían que hubo bala que atravesó tres hombres, y es de creerse, porque venían ellos en columna cerrada, y nosotros rompimos el fuego cuando los teníamos á tiro de pistola.

                En el momento del fuego y la carga, bamboleó aquel cuerpo compacto de hombres como árbol que va inclinándose á caer bajo el hacha del leñador.

                En el impulso de la carrera, me acordé de lo que había prometido á Anzoátegui, pero ya no había remedio: contuve mi caballo y por sobre el enemigo vi que los míos huían dispersos, sin saberse por qué.

                Inmediatamente ordené á mi caballería que abandonase el rico botín que estaba recogiendo, y con los primeros 25 hombres que reuní, volví sobre el enemigo para ver si podía salvar mi infantería. Ya era tarde, pues huían dispersos.

                El enemigo también abandonó el campo, dejando en él sus heridos y el armamento de éstos, y fué á apoyarse al pueblo, que está rodeado de bosques. Quedé yo, pues, dueño del terreno con mi Guardia, cuyos soldados fueron reuniéndoseme poco á poco, pues se habían alejado mucho en persecución del enemigo. 

                Esa noche permanecí en el mismo campo del combate hasta el otro día á las ocho de la mañana. Conté los muertos nuestros, que ascendían á 36, cogí todos los fusiles de los míos y los del enemigo, que estaban desparramados por el campo, repartí 200 entre los soldados de mi Guardia, y formando haces con el resto que dejamos abandonados, emprendí mi retirada por el mismo camino que había tomado mi dispersada gente.

                En la villa de Araure supe que por allí habían pasado todos reunidos; despaché un piquete para que fuera á alcanzarlos, y dio con ellos en el sitio de Guamito. Allí me esperaron, y cuando me reuní con ellos puse en arresto á los jefes y oficiales, con excepción de Anzoategui y los oficiales de infantería. Confié la custodia de los prisioneros á un escuadrón, y continué mi marcha para el Apure con ánimo de hacerlos juzgar allí; pero á ruegos del general Anzoategui, á quien ellos manifestaron lo vergonzoso que les era llegar á Apure en aquella situación, los puse en libertad.

                Durante nuestra marcha me pidió Rangel permiso para ir á ocupar la ciudad de Nutrias que nos quedaba á un lado y á pocas leguas de distancia, y se lo di entregándole doscientos hombres. Ocupó la en efecto, pero el indio Reyes Vargas, que andaba por aquellos contornos, llegó con una columna de cuatrocientos infantes, y después de un reñido encuentro fué derrotado Rangel con muy costosa pérdida, pues entre jefes y oficiales murieron trece, todos valentísimos, siendo uno de ellos el bizarro coronel Cuesta.

                Rangel logró reunir cincuenta hombres de su caballería en el sitio del Caimán, y á media noche volvió sobre el enemigo que había acampado fuera de la ciudad. Hízole gran matanza de gente, pero al fin fué rechazado; y pasando el día siguiente el río Apure, desde el pueblo de Setenta me mandó un parte comunicándome aquel desastre.

Le ordené permaneciese allí, reuniendo los dispersos que habían salido de Nutrias, y que aumentara sus fuerzas de los pueblos de Mantecal y Rincón Hondo.

                Yo llegué á Achaguas, y acompañado de mi Guardia me fui á San Fernando, donde se encontraba el Jefe Supremo.

                A los dos ó tres días de mi arribo á dicho punto, llegó el general Cedeño, que había sido derrotado por Morales en la laguna de Los Patos, con pérdida de toda su infantería. Cedeño, sumamente mortificado con este desastre, lo atribuía á la poca cooperación de los jefes de caballería, y sobre todo al coronel Aramendi. Habiéndose encontrado ambos en la calle cambiaron palabras ofensivas, y Cedeño tiró de la espada para herir á Aramendi, que estaba desarmado.

                Este, á usanza llanera lo derribó en tierra; pero á las voces de Cedeño que mandaba á los suyos que matasen á Aramendi, éste echó á correr perseguido por el coronel Fajardo con veinticinco lanceros á pie y vino á ampararse en mi casa. Informado del caso, le tomé bajo mi protección por aquel momento, y yo mismo le conduje al Principal en clase de arrestado. Informado el Libertador de aquel desagradable acontecimiento, nombró un consejo de guerra para juzgar á Aramendi; mas, cediendo á mis instancias, resolvió llevárselo á Angostura, para donde Bolívar partía aquel día (24 de mayo), á fin de que fuese juzgado allá. Cuando iban á embarcarlo, Aramendi se escapó y estuvo algún tiempo oculto hasta que yo le recogí ofreciéndole mi garantía.

                He referido este hecho para que se vea cuanta importancia se daba en el ejército de Apure á la subordinación, puesto que para mantenerla no se tenían consideraciones ni con oficiales tan beneméritos como era el coronel Aramendi.

                Después de la derrota de Cedeño en la laguna de Los Patos, mandó Morales una columna de sus tropas al Guayabal, pueblo distante tres leguas de San Fernando. Inmediatamente dispuse que la Guardia de caballería pasara el río y fuera á sorprenderlos, lo cual ejecutó en la noche del 28 de Mayo, destrozándolos y apoderándose del pueblo nuevamente.

                Este golpe inesperado hizo que Morales, que se hallaba en Calabozo, se retirara hacia el Sombrero, creyendo que volvíamos sobre él. Yo mandé abandonar el Guayabal para reconcentrar mis fuerzas, organizar el ejército de Apure y recoger y empotrerar caballos, elementos que nos daban superioridad contra el enemigo.

                Muy justa me parece la observación del historiador Restrepo, de que debimos, Cedeño y yo, reconcentrar nuestras fuerzas en Apure, supuesto que la campaña no presentaba ventajas para aquellos restos del ejército. Así hubiera convenido que se hiciese; pero semejante orden debió partir del jefe supremo y no de ninguno de nosotros dos que, por orden suya, estábamos obrando en combinación.

                Cuando conseguí el objeto de que he hablado arriba, destiné partidas de caballería, para que por diversas vías acosasen á los realistas en los llanos de Calabozo, San Carlos y Barinas. Grandes fueron las ventajas que se consiguieron con estas partidas que, á despecho de las crecientes de los ríos y sus derrames por las sabanas, se internaron hasta el centro del territorio enemigo. Algunas de estas partidas, abusando de la libertad que se les había dado de obrar á discreción contra el enemigo, y sobre todo las que recorrían la provincia de Barinas y llanos de San Carlos, cometieron demasías contra los ciudadanos pacíficos, y, por tanto, me vi obligado á mandar que se retirasen al Apure. Algunos que habían sacado buen fruto de las vandálicas correrías, las repitieron sin mi conocimiento, y me vi en el caso de publicar una orden general que amenazaba, con pena de la vida, á los que, sin mi permiso, pasaran al territorio enemigo. En cumplimiento de ella, tuve que fusilar á cuatro: el famoso comandante Villasana, un valentísimo capitán de la Guardia llamado Garrido, un alférez y un sargento. Así logré poner término á las hostilidades contra los pacíficos ciudadanos que moraban en el territorio enemigo.

                En el mes de Agosto del mismo año de 1818, las tropas que guarnecían á San Fernando, por medio de un acta, me nombraron general en jefe, y lograron que los demás cuerpos del ejército que había en otros puntos siguieran su ejemplo. Hallábame entonces en mi cuartel general de Achaguas, bien ajeno de lo que estaba pasando, cuando llegó á mis manos dicha acta, firmada por todos los cuerpos del ejército, excepto la guarnición de Achaguas y mi Guardia de honor. Sorprendióme mucho, y temiendo que fuese el primer paso para algún fin descabellado, sin perder tiempo, me embarqué para San Fernando, de donde había salido la idea, según constaba de las actas. Llegado á este punto, reuní á todos los jefes y oficiales y les pregunté qué había dado origen á una resolución que yo no aprobaba, y para la cual ellos no estaban autorizados. Me contestaron que lo habían hecho, creyéndose con autoridad para ello; pero que si habían cometido error, que yo se los disimulase, en gracia de la buena intención que habían tenido, la cual no había sido la de trastornar el orden ni desconocer la autoridad del Libertador. Con semejantes razones se disculparon también los jefes y oficiales de las otras divisiones, y así no se alteró el orden en lo más mínimo, como era de temerse.

                Impuesto yo de que el coronel inglés Wilson había tomado parte muy activa en la formación del acta, dispuse que saliera para Angostura á presentarse al general Bolívar á fin de que lo destinase á otro punto.

                El Libertador, que desde el 24 de Mayo se embarcó en. San Fernando para Guayana, se encontraba en Angostura, y no volvió á Apure hasta principios del año de 1819.

Si en Apure hubiese habido tal revolución para desconocer su autoridad, ¿cómo Bolívar desde que llegó á Guayana no cesó de mandarme recursos de todo linaje para las tropas que estaban á mi mando? Sólo esta circunstancia es más que suficiente para confundir la falsedad con que se produce Larrazábal en su obra al ocuparse de este hecho.

                No menos injusto, Baralt dirige sus ataques al ejercita de Apure, suponiéndole revuelto contra la autoridad de Bolívar; para probarlo dice que los disidentes apúrenos quisieron detener la marcha del general Santander en Caribén, y que éste pudo llegar felizmente al punto de su
destino, porque sus enemigos llegaron tarde al lugar de la celada.

                Voy á referir el hecho á que alude ei señor Baralt, tal como sucedió, para que cada cual le dé la importancia que merezca.

                Preparado el general Santander para salir á ejercer el destino que Bolívar le había señalado, escribió una carta al coronel Pedro Fortoul, que se hallaba en Guasdualito, comunicándole el empleo que se le había conferido y los recursos que llevaba para organizar un ejército en Casanare. Le invitaba á él y á los demás granadinos que se hallaban en Apure, á venir á reunírsele, y, entre otras cosas, decía la carta: «Es preciso que nos reunamos en Casanare todos los granadinos para libertar nuestra Patria y para abatir el orgullo de esos malandrines follones venezolanos".

                No recuerdo de qué modo llegó esta carta á manos del coronel Miguel Antonio Vázquez, quien la puso en las mías inmediatamente. Alarmáronme mucho las palabras que he citado, y mandé la carta á Bolívar, ordenando al mismo tiempo al entonces capitán Laurencio Silva, que con una partida de caballería fuese á la boca del Meta á detener á Santander, á quien escribí diciéndole que algunas noticias desfavorables que había recibido de Casanare exigían que él se detuviera hasta que se aclarara el asunto. Llegó Silva al lugar donde estaba Santander y le entregó la carta. Santander se detuvo, pero me escribió, diciendo que le dejara pasar, porque si bien los realistas habían hecho incursiones en Casanare, no había sido más que una simple amenaza, pues se habían retirado inmediatamente.
                Escribióme también el Libertador diciéndome que informado del contenido de la carta, me autorizaba para obrar como yo creyese más prudente. Entonces resolví dejar pasar á Santander.
                Por lo dicho se comprenderá que nunca desconocí la autoridad del jefe supremo, puesto que le informaba de cuanto llegaba á mí noticia y esperaba siempre su decisión; y también se verá que el paso que di no fué una celada tendida á Santander, sino una medida de precaución que me vi obligado á adoptar entretanto Bolívar resolviera sobre tan grave asunto.
                Nadie me llevará á mal que insista cuantas veces lo crea necesario en defender al ejército que tuve la honra de mandar, y que me empeñe en probar que á él debió en gran parte Colombia el triunfo de su independencia. Efectivamente, las tropas de Casanare, compuestas de granadinos y venezolanos, venciendo la obstinación de los apúrenos en Palmarito, Mata de la Miel, Mantecal y Yagual, y unidas después á éstos en la acción de Mucuritas, salvaron sin duda alguna la causa de los patriotas. ¿Qué hubiera sido de éstos si el enemigo se hubiese apoderado de los valiosos recursos del Apure para marchar contra las fuerzas que ocupaban algunos puntos de la provincia de Guayana y obraban en otros lugares? ¿Tenían sus jefes suficientes elementos para resistí» á las aguerridas tropas expedicionarias, si ellas hubieran tenido á su devoción á los habitantes de los llanos y hubiesen sido dueños de todos los recursos que ofrecen éstos á un ejército en campaña? ¿Por qué el empeño de Morillo de concentrar toda su atención y por tres veces venir con todas sus fuerzas contra los defensores de Apure?
                Si en 1819 yo no me hubiese esforzado tanto en no comprometer al ejército que mandaba en una batalla campal para no perder la infantería, muy inferior en número y en disciplina á la del enemigo, ¿con qué ejército hubieran contado los patriotas para ir á libertar á la Nueva Granada?

                No hay, pues, exageración a! aseverar que en Apure se estuvo jugando la suerte de Colombia, porque perdida cualquiera de las batallas ya citadas, era en extremo dudoso el triunfo de la causa independiente.

                El señor Restrepo, hablando de los jefes de guerrillas que operaban en los diversos puntos de Venezuela, dice que obraban como los grandes señores de los tiempos feudales, con absoluta independencia, y que lentamente y con fuerte repugnancia, sobre todo el que esto escribe, se sometieron á la autoridad del jefe supremo. Olvida dicho historiador que en la época á que se refiere no existía ningún Gobierno central, y que la necesidad obligaba á los jefes militares á ejercer esa autoridad independiente, como la ejercieron hasta que volvió Bolívar del extranjero y se nos pidió el reconocimiento de su autoridad como jefe supremo.

                Finalmente, para probar que el orden y la subordinación fueron mis principios, ya obrase independiente ó bajo las órdenes de un jefe, copiaré á continuación lo que dijo el Libertador en el Congreso de Angostura y puede verse en el tomo 1, pág. 195 de los Documentos de la
Vida Pública del Libertador:

"El general Páez, que ha salvado las reliquias de laNueva Granada, tiene bajo la protección de las armas de la república las provincias de Barinas y Casanare. Ambas tienen sus gobernadores políticos y civiles, y sus organizaciones cual las circunstancias han permitido; pero el orden, la subordinación y buena disciplina reinan allí por todas partes, y no parece que la guerra agita aquellas bellas provincias. Ellas han reconocido y prestado juramento á la autoridad suprema, y sus magistrados merecen la confianza del Gobierno."

Nota: El Texto anterior, salvo error u omisión del transcriptor, fue tomado textualmente del libro “Memorias del General José Antonio Páez.
 BIBLIOTECA AYACUCHO ~
Bajo la dirección de Don Rufino Blanco-Fombona
JOSÉ ANTONIO PÁEZ
MEMORIAS DEL General José Antonio Páez
Autobiografía
Apreciación de Páez, por José Martí
EDITORIAL – AMERICA, MADRID

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